De Leonel a Luis: la nueva moda del debate político
En República Dominicana, la política nunca deja de sorprendernos. Entre declaraciones cruzadas, estrategias de campaña y discursos grandilocuentes, ahora emerge una nueva modalidad de confrontación: el debate con almuerzo incluido.
Sí, señores, Leonel Fernández y Luis Abinader han inaugurado una dinámica peculiar en la que, en lugar de los tradicionales escenarios televisivos o los mítines multitudinarios, prefieren sentarse a la mesa en ciudades estratégicas del país para debatir quién ha construido más y mejor.
El telón de fondo de esta contienda gastronómico-política lo conforman Santiago y Pedernales, dos puntos geográficos distantes, con realidades distintas, pero con un propósito común: exhibir músculo en materia de infraestructura.
Y, como era de esperarse, en esta mesa no hay lugar para Joaquín Balaguer, Salvador Jorge Blanco, Hipólito Mejía ni Danilo Medina, ya sea porque están fuera de escena o porque su legado, según la narrativa actual, no resulta relevante para estas discusiones.
Después de todo, ¿quién podría negar que las obras de Balaguer siguen marcando la topografía dominicana? Pero en este duelo de titanes, el protagonismo es exclusivo para los que siguen en el juego.
No se trata únicamente de quién ha construido más carreteras, puentes o ha colocado más metros de asfalto. En el fondo, este desafío político persigue una doble intención: afianzar el liderazgo y captar la atención de un electorado cada vez más exigente y crítico.
El pueblo observa el esperado duelo con picardía, porque si algo nos sobra en este país, es el sentido del humor. Nadie se chupa el dedo.
Sin embargo, más allá de este debate, hay un tema que merece una mirada más seria: las obras públicas no son sólo un trofeo de campaña, sino un factor determinante en el desarrollo nacional. Son, además, el pago de la deuda social acumulada y el legado visible de cada gestión de gobierno.
Podría decirse que todos los gobiernos han construido, unos más que otros, pero en esencia, todos han intentado responder a las necesidades de la gente.
Carreteras, caminos vecinales, escuelas, centros de salud e instalaciones deportivas han sido históricamente demandas constantes y, en mayor o menor medida, han encontrado respuesta en cada administración.
El problema radica en la visión y los objetivos que persigue cada gobierno en sus políticas de construcción de infraestructuras.
Muchas de las obras incluidas en el presupuesto nacional tienen un impacto local, y aunque a veces parecen menores en comparación con megaproyectos, representan una necesidad vital en la comunidad donde se ejecutan.
Ahora bien, otro nivel de planificación es el de las grandes obras con impacto nacional, aquellas que no sólo impulsan el crecimiento económico y la generación de empleos, sino que además crean las condiciones adecuadas para atraer inversiones extranjeras.
Es en este punto donde se perciben diferencias fundamentales entre las diversas administraciones que ha tenido el país.
Es probable que muchos proyectos no hayan sido completados conforme a lo programado, ya sea por falta de recursos, cambios en prioridades o incluso por el temor —o la falta de voluntad— de recurrir a endeudamientos excesivos (algo que, dicho sea de paso, nunca ha sido una verdadera preocupación para ningún gobierno).
Sin embargo, al final del día, cuando el ciudadano común evalúa la gestión de cada gobernante, el juicio se basa en lo que está a la vista. Las obras perduran, se convierten en testigos silenciosos de cada administración.
Los debates sobre quién ha construido más buscan, en última instancia, convencer a los incautos, confundir a los desprevenidos o reforzar las convicciones de aquellos que, por lealtad política, defienden los gobiernos de su partido sin miramientos.
Pero la realidad es una: todo está hecho y todo está a la vista. Juzgue usted.
Etiquetas
Artículos Relacionados