
Bogotá, Colombia.- Las dificultades políticas y económicas que asoman en América Latina después de la bonanza parecen cebarse especialmente en los países con mandatarios que llegaron al poder con la herencia de su antecesor como principal capital político.
La presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, es el último ejemplo de lo que algunos analistas ya han definido como la “crisis de los sucesores”, que afecta también a Cristina Fernández en Argentina y a Nicolás Maduro en Venezuela.
La excepción a la regla es el “sucesor” por antonomasia de los presidentes latinoamericanos, Raúl Castro, heredero del poder conquistado por su hermano Fidel en la revolución de 1959.
Rousseff, quien acaba de iniciar su segundo mandato consecutivo, ha perdido mucho respaldo popular, principalmente debido a un gran escándalo de corrupción en la empresa estatal Petrobras y al “parón" de la economía brasileña, lo que se ha traducido en multitudinarias manifestaciones de protesta en las principales ciudades de su país.
Por razones distintas en lo político, aunque similares en lo económico, Fernández y Maduro tampoco están en su apogeo. Los tres tuvieron una oportunidad única de llegar a la jefatura de Estado al ser designados por sus antecesores como herederos de su legado político.
El hoy expresidente Lula, que tras dos mandatos consecutivos no podía volver a postularse, designó a Rousseff, que entonces era la jefa de su gabinete, candidata presidencial del Partido de los Trabajadores (PT) para las elecciones de 2010, en las que ganó en la segunda vuelta.
También fue quien lanzó a Rousseff a la reelección, que se concretó en los comicios de 2014, también en una segunda instancia. Cuando ya ha pasado el ecuador de su segundo mandato el popular Lula, al que prácticamente no le afectó en su imagen la salida a la luz un gran escándalo de corrupción durante su gobierno, anunció a Rousseff como su sucesora y alegó que quería que Brasil fuera gobernado por una mujer.
Pero además Rousseff no era nueva en la política. En 2007, el entonces presidente argentino, Néstor Kirchner, también designó a la hoy mandataria Cristina Fernández, con la que llevaba casado desde 1975 y tenía dos hijos, como candidata a las elecciones presidenciales de ese año. Kirchner podía haber optado a la reelección, pero decidió que fuera la “pinguina” -le gustaba identificarse como un pinguino por ser de la Patagonia- la que aspirase a gobernar Argentina en el periodo 2007-2011 y ella, que había hecho carrera política en el Senado, no le defraudó, pues obtuvo un resonante triunfo electoral.
Para la reelección en 2011, Fernández no pudo contar con el apoyo de Kirchner, pues había fallecido un año antes, pero sí del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien señaló que Argentina la necesitaba para mantener el rumbo.
En 2014 cuando no llevaba ni un año en el poder afrontó una ola de protestas contra su gobierno que derivaron en violencia y en detenciones de políticos opositores y estudiantes. La polarización política se agudizó y la situación económica empeoró, debido en parte a la caída de los precios del petróleo. La economía de Venezuela registró una contracción en 2014, lo mismo que ocurrió con la de Argentina.
Fernández, que en diciembre próximo entregará el poder, se enfrenta pocos meses antes a su despedida de la Casa Rosada a una grave crisis política, a raíz de la muerte en circunstancias no aclaradas del fiscal Alberto Nisman.

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EFE
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