A Peter Muller lo mataron el jueves a las 2 de la tarde, justo después de almorzar en un restaurante de la avenida Lope de Vega. Se estaba subiendo al vehículo cuando unos asaltantes que intentaban atracarlo le dispararon a quemarropa.
Su familia pasó el resto del jueves en Patología Forense, donde la Policía llevó el cadáver.
Todavía la mañana del viernes, habiendo hecho los arreglos de lugar con la funeraria, los familiares de Muller afanaban en el tortuoso proceso para trasladarlo al lugar del velatorio.
Fue en medio de esos afanes que el director de Patología Forense, Santo Jiménez Páez, informó a la prensa que, extrañamente, el cuerpo de Muller no había sido reclamado por nadie.
El funcionario llegó a decir que notificaría a la embajada suiza, hasta que un rato después una familia indignada aclaraba las cosas.
¿Confusión? Quizás. Para extrañas confusiones ningún sitio mejor que Patología Forense. Nada como un muerto inesperado para desatar la asertividad de los más desalmados “buscones”.
Sí, en Patología Forense hay quien se la busca y este caso nos lo recuerda, aunque no necesariamente haya sido de esa manera.
Los “buscones” que trabajan allí cuentan con un poder indiscutible: tienen los muertos cuyos desconcertados familiares, desesperados, confundidos y partidos de dolor no saben bien qué hacer.
Urgidos de superar burocracias para llorar su pena en paz, acceden casi a lo que sea a fin de superar aquello lo más pronto posible.
De esa necesidad se aprovechan los “buscones”, dueños circunstanciales de la angustia ajena. Su acoso es implacable, lleno de informaciones contradictorias que enredan los macabros trámites y mortifican, a propósito, más de la cuenta. Son buitres.
El sistema de salud dominicano tiene enormes desafíos para transformarse en algo decente. Lo de Patología Forense es patológico. Urgen remedios.