La violencia es tragedia en todos sus ángulos. Su fin es solucionar absolutamente nada; más bien todo lo que toca lo destruye.
El daño que esta ocasiona va más allá de lo físico, provocando a su vez incertidumbre, ansiedad, depresión, desasosiego, entre otros traumas diversos en la salud mental del individuo, de la familia y la sociedad.
Esta se alimenta de lo salvaje, porque se nutre de lo irracional, es decir de aquello que desdice la razón. De ahí es que observamos actitudes de ciudadanos que se dejan controlar por la ira o rabia ante un momento o conflicto dado.
Su excitación lo lleva al extremo de convertirse en “mecha corta” en su manera de comportarse ante posiciones disímiles o contrarias a la suya.
Su desesperación le nubla de tal modo que reacciona agrediendo, peleando, ofendiendo con ligereza o hasta quitándole la vida al otro.
La violencia se sostiene de lo insensible porque emana de la desgracia de un corazón duro, que no se aflige ante el dolor que puede ocasionar ante un ser semejante.
El problema de ese tipo de conducta es que se tiende a perder la capacidad de asombro ante el sufrimiento de los demás.
Lo dicho anteriormente resulta sumamente peligroso y amenazante para toda nación que anhela el desarrollo, el progreso y la paz. En el entendido de que la pérdida gradual de la sensibilidad social trae como consecuencia desfavorable el fortalecimiento de una cultura de violencia.
La violencia desconoce y es irreverente ante la seguridad humana, ya que su contrasentido es privar a la persona en toda su dignidad.
De ahí es que su objetivo soez es vanagloriarse del aumento de la pobreza y de todas formas de inseguridad social; se satisface plenamente de las desigualdades económicas, políticas y de la falta de acceso a la justicia; aplaude ver poblaciones diezmadas por el hambre y las enfermedades; celebra la destrucción del medio ambiente y los recursos naturales.
Es que, lamentablemente, la violencia niega y adversa con denodada vileza, el respeto a la vida como derecho fundamental de donde derivan los demás derechos humanos.
Ya que su misión execrable es desvalorizar, desconsiderar, dañar y despreciar la belleza creadora de la dimensión humana.
Analizado en los párrafos anteriores, lo que genera como cáncer el concepto de violencia; entonces esto nos debe mover a prestarle atención como Estado a que nuestra sociedad no sucumba ante este horrible y pernicioso flagelo.
¿Por qué debe movernos a preocupación?
Dado el hecho que en República Dominicana las muertes en convivencia siguen siendo la principal causa de homicidios. Esto lo sustentamos en las cifras estadísticas emitidas por el Centro de Análisis de Datos de la Seguridad Ciudadana (CADSECI), que alimenta el Observatorio Ciudadano del Ministerio de Interior y Policía, en el año 2019, donde se reportaron 689 muertes por convivencia; en el 2020, ocurrieron 662 homicidios por convivencia.
Mientras que, en el año 2021, se suscitaron una cantidad de 841 muertes reportadas, en los primeros nueve meses, de las que 533 corresponden a homicidios en convivencia, y 277 fueron relacionadas a la delincuencia.
¿Qué debemos hacer ante esta situación que evidencia el irrespeto a la vida?
Considero que es impostergable el diseño, promoción e implementación de una cultura de paz y resolución de conflictos que sea transversal a las políticas públicas a corto, mediano y largo plazo en materia de seguridad ciudadana.
Es que necesariamente debemos estar claros, que la paz no llega sola, se debe creer en ella desde las profundas llanuras fértiles del corazón. Trabajarla cada día con entusiasmo, compasión, inteligencia, decisión, entrega, ilusión y sentido de humanidad.
Entender que la paz parte de una construcción colectiva; es decir, debe concebirse como un propósito común que genera esperanza, estabilidad, seguridad, por lo que esta debe estar garantizada y tutelada por el Estado.
Para la efectiva construcción de la paz, es necesario colmarla de contenidos y esto conlleva movilización social, cambios institucionales, pluralismo y educación, instituciones incluyentes, comunicación efectiva y no violenta, inversión social, voluntad política de transformación social, pero más que todo, pide el compromiso y la participación activa de todos.
¿Qué proponemos ante los hechos de violencia que se vienen registrando en el país?
Planteamos la realización de una cumbre, mesa, diálogo, encuentro nacional o como se le quiera denominar por una cultura de paz, en donde se discuta, analice, estudie el tema violencia con sus implicaciones y soluciones a considerar.
Que en dicho espacio participen representaciones de todas las fuerzas y expresiones vivas de la nación. Aquí debe primar la búsqueda de consensos más allá de las diferencias, en el entendido de que el adversario a contener es la violencia.