Cuesta no recibe obras de Efraim Castillo
Vivo consciente de que algún día ya no seré parte de este mundo. Y hay cosas que quiero dejar listas para las generaciones futuras; por ejemplo, que los autores dominicanos no paguen impuestos por cada libro propio que distribuyen por su cuenta en librerías o puestos de ventas en el país.
Conozco casos de perseguidos (asediados) por rentas internas en plena Feria del Libro de Santo Domingo.
El último caso que me apura con esto es el de Efraim Castillo, Premio Nacional de Literatura 2025. Al preguntarle si sus últimas obras estaban en Librería Cuesta, EC me respondió: “Nunca las coloqué en Cuesta ni en otra libre[ría]. En Cuesta no quisieron recibirlas por yo no aplicar como empresa. Me quedan unos 75 ejemplares que dejaré para tu próxima actividad”.
Claro, Librería Cuesta no es culpable, porque lo único que está haciendo es cumpliendo con la ley de impuesto sobre la renta.
Sin embargo, no deja de ser una vergüenza que ocurra eso con Efraim, un escritor que ha dedicado más de sesenta años al pensamiento y las ideas culturales en el país. Es una vergüenza que ocurra también con todos y cada uno de los escritores dominicanos.
El Gobierno y su sistema fiscal deben sensibilizarse y entender que un escritor independiente —casi todos en RD— no es un empresario como para pagar impuestos de la misma forma en que está obligado un establecimiento comercial.
A un negocio con acceso público entra mucha gente en un solo día; a un libro entra apenas un lector en meses, o quizá en años, o tal vez nunca. Es ridículo que se les trate igual.
Es una situación que desalienta y empuja a los escritores a mantener las tiradas de sus libros en el hogar con la esperanza de venderlos como heladitos caseros cuando pasa algún posible comprador, y por lo general termina regalándolos.
Los libros son pensamientos, ideas, opiniones, creaciones únicas del cerebro humano, y, por lo tanto, aportan al desarrollo del conocimiento y la cultura de los pueblos.
Por eso deben estar en librerías y puestos de ventas que permitan ofertarlos al público, sin que eso amenace la tranquilidad del ser creativo que los produce. Y el escritor debe estar en la casa, concentrado siempre en su próxima obra. Un libro que no circula, que no llega a manos de los lectores, es un libro dormido.
*Por José Carvajal
Etiquetas
Artículos Relacionados