Las azoteas se convirtieron en los nuevos parques y el volado de chichiguas en el entretenimiento preferido por jóvenes. efe
SANTO DOMINGO.-La cuarentena por Covid-19 puso de relieve las diferencias entre clases sociales en el país; llevó a primer plano la vulnerabilidad productiva y mostró cómo la costumbre suele ocultar la miseria incluso a los que conviven con ella.
Al inicio de la pandemia, quedarse en casa parecía la opción más razonable para contener la propagación del COVID-19 y superar la crisis de manera rápida y sin traumas.
Las autoridades gubernamentales, junto a las instituciones que la componen, los líderes políticos y empresariales, artistas, influenciadores… todos concordaban en la motivación a la reclusión voluntaria.
Pero lo que parecía ser el arca de salvación, era también una condena a tortura lenta para los pobres de zonas urbanas, muchos de los cuales dependen del comercio informal.
Ese mismo grupo reside, por lo general, en estrechas casuchas ubicadas en zonas habitables solo a fuerza de pulso.
Carecen de los servicios de agua y electricidad de manera óptima, además de que conviven junto a numerosos familiares, lo que dificulta la permanencia en la residencia.
Momento policíaco
Si bien esto no es excusa, pudo ser la principal causa que ha producido el apresamiento de 86,500 personas por violentar el horario de toque de queda.
Desde el 20 de marzo pasado los agentes policiales tuvieron su momento de catarsis, al igual que los residentes de los barrios populares, al escenificar persecuciones entre callejuelas y luego a los apresados hasta ponerlos a ejercitarse.
Pero tras cada risa burlesca y aparente acto imprudente y temerario se esconden historias de escasez, estrechez e ira, esa ira que es causada por la inconformidad con las condiciones de vida y que permanece adormecida cual virus, hasta que es activada por agentes externos.
El Plan Social de la Presidencia volvió cosa común la repartición de alimentos en horas de la noche.
La directora de este organismo social, Iris Guaba, afirmó a EL DÍA en su momento que estas entregas se hacían en ese horario para evitar la aglomeración de personas y dignificar las ayudas llevándolas hasta las casas de los beneficiados.
Dificultad en servicios
En aquellos que por su nivel educativo, empleo formal o emprendimiento tienen una condición de vida mejorada que les eleva algunos peldaños en la escala social, las cosas tampoco fueron fáciles.
El acceso a servicios bancarios y las compras en los supermercados se convirtieron en auténticos dolores de cabeza debido a largas filas muchas de ellas a pleno sol.
Los de clase media debieron, además, adecuar sus hogares para ser convertidos en oficinas de trabajo y poder cumplir con las asignaciones del denominado teletrabajo.
Esto a la par que se desempeñaban como maestros de sus hijos por la suspensión de las clases presenciales, enfrentándose al complicado proceso de la enseñanza.
Leticia Vásquez, una maestra, sintetizaba los problemas educativos al que tenían que hacer frente los padres de la siguiente forma: “Algunos tutores entienden que el contenido asignado es mucho, otros creen es poco; unos se quejan por el pago de colegiatura, pero también requieren de la guía del maestro, esto es complejo pues todos parecen tener la razón”.
Añadía en su momento que además los padres no manejaban las herramientas pedagógicas y que de no implementarse apropiadamente la enseñanza, los niños se atrasarían en el programa educativo y podrían desarrollar trastornos psicológicos por el encierro.
Nuevos parques
Ya en horas de la tarde, las azoteas de los edificios residenciales se convirtieron en los nuevos parques recreativos. Se jugaba dominó, se improvisaron gimnasios y se volaron muchas chichiguas, provocando a la vez averías en el servicio eléctrico.
Otros con la posibilidad del traslado y de destino, se internaron en las distintas comunidades rurales.
En ellas reside una clase rica considerada como pobre con regularidad.
Para los habitantes del campo dominicano los límites de libertad no existieron, se mantuvieron en su silenciosa y aislada realidad, comercializando su producción agrícola a los intermediarios que los trasladaban a la ciudad.
También recibían a los recién llegados con inusual descortesía.
El temor al contagio “de la cosa esa que ta acabando en la capital” los mantenía alejados hasta que, finalmente olvidaban y compartían comida, ron y fuentes acuíferas.
Frontera cerrada
— Comerciantes
Los que comercializan en el mercado fronterizo se declararon sofocados por el cierre del mercado binacional y han pedido por ayuda especial del Estado. La mayoría está vendiendo en los mercados locales.