Cuando se levanten las alfombras
Con un viejo equipaje rebosado de conspiraciones, mentiras, chantajes y manipulaciones, mientras se escuchaban las estridencias de trompetas ejecutadas por leprosos apestados de resentimiento y asalariados fecundos en ardides, llegó -en modo gánster- a nuestros predios una densa atmósfera hostil a los fundamentos de la República, traída por negros nubarrones llenos de vapores salidos de las tinieblas.
Tal, de repulsiva, es la carga, que solo es cuestión de tiempo para que la tensión latente -como en efecto hay- degenere en una porfía territorial donde el conflicto y la confrontación sean el desenlace más probable.
El ambiente se enrarece desde que el Gobierno no se atreve a reivindicar una línea roja; tampoco impide que, desde instancias públicas, privadas e individuales se promuevan maquinaciones contra el Estado; y responde con mutismo a los infundios divulgados por todo el mundo en contra del país.
Mantiene una frontera inutilizada, permitiendo un flujo masivo diario de ilegales, quienes -por un extraño sortilegio- gozan de un sospechoso beneficio de no repatriación y el derecho a una patente para mancillar -donde les parezca- la bandera dominicana, como también de quemar bosques para carbón y negociarlo al otro lado del Masacre. Le tolera todo tipo de irrespeto al Gobierno haitiano, y le nacionaliza -gratis- a sus ciudadanos ilegales sin documentos.
Por si fuera poco, no frena la labor de zapa al partido ilegal haitiano -TNT- que está en el país reciclando el viejo sueño del Imperio Haití de tomar a como dé lugar nuestro territorio.
Aunque no levante suspicacias este rosario de “coincidencias”, parecería que es el propio Gobierno quien consolida –
aulatinamente- un calculado desplazamiento hacia un Estado binacional, al tiempo en que -encapsulado en voluntaria cuarentena- acentúa su pulsión abúlica al no intentar recuperar el prestigio de la nación y evitar que los ciudadanos se sientan tratados como basura.
Es más que obvio, el silencio, la tolerancia, la pasividad y ese indefendible afán de reducirnos hasta lo indecible, no sirven como política de respuesta, por lo denigrante que resulta mostrarnos de un modo que diga tan poco de nosotros como pueblo.
Debería avergonzarnos que, desde que se “llevaron” al Jefe, no hemos vuelto a mantener la frente de la República Dominicana en alto; hoy, por el contrario, se estila llevarla inclinada ante los promotores del estropicio en una francamente lastimosa búsqueda del óbolo a la mendicidad de los actuales pedigüeños.
A estas alturas, no tienen cómo justificar que, una vez en el poder, imitaran aquellos vicios que fueron -en su momento- el destino de sus críticas y motivo de sus luchas.
No digo que las cosas no puedan cambiar, solo constato que no han cambiado; tendrán, por consiguiente, que ser más osados, más intrépidos -y más virtuosos, quizás-, y echar mano a unas aritméticas mucho más complicadas, si quieren neutralizar las consecuencias de su fracaso al dejar al país sin perspectivas de futuro como Estado soberano.
Imposible, entonces, no cargarse de una indignación mayúscula, aparte de la sensación de estar atrapado por las tenazas de una angustia que no suelta al ver que los principios fundamentales de la Nación han terminado severamente lastimados y el país puesto a merced de una facinerosa confabulación internacional.
En otras palabras, a todos nos han jodido la vida, pues, el daño ya está hecho; yo, al menos, lo siento con toda la limpidez de una fatal estocada. Pero -y es cuando insisto-, no importa lo terrible de nuestra desventura, oportunidades habrán de barrerlos a todos -junto al polvo- cuando levantemos las alfombras…
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