Una de las sensaciones más limitantes que podemos sentir es aquella de “no llego a todo”. Creo que de alguna manera, y en determinados momentos de nuestro día a día, cada uno de nosotros lo hemos sentido. Incluso, para algunos es la realidad con la que conviven.
No sé en qué instante la sociedad decidió que había que vivir corriendo. Pensé que después de sufrir una pandemia mundial eso iba a cambiar, pero no solo ha empeorado. Además, arrastramos ansiedades que surgieron o se incrementaron por lo vivido.
Nunca me gusta generalizar, pero es algo que veo en mi diario vivir.
Siempre estamos acelerados, con mil cosas en la agenda, en un caos de tráfico y llegando a casa con un agotamiento mental que no permite ni siquiera pensar en lo que viene después: solo descansar.
Creo que nos ponemos metas demasiado ambiciosas. No sabemos distinguir entre lo prioritario y lo importante. Acarreamos quehaceres y sentires de nuestro entorno y los tomamos como propios, sumándolos a la mochila que llevamos, que se torna muy pesada.
Y si ya sumamos la sobreestimulación, el bombardeo de información y la adicción a la pantalla, la mezcla es explosiva.
Estar en alerta todo el día dispara el cortisol (estrés) a límites insanos y ya se ha demostrado que de manera continuada este alto nivel se relaciona con diferentes enfermedades como el cáncer y los infartos.
Con todo esto quiero decir que en enero, empezando el año, quizá es el momento de pasar balance a su nivel de estrés, tomar una serie de decisiones que le ayuden a mantenerlo a raya y dejar atrás esa sensación de que no llega a todo.
No tiene por qué hacerlo. Eso es imposible y, al final, ineficiente. Aclare un día de su agenda y decida cuidarse.