Cuando la crónica no es rosa

Cuando la crónica no es rosa

Cuando la crónica no es rosa

Un cronista profundo de la sociedad posmoderna como lo es el cantautor español Joaquín Sabina refiere, en una de sus baladas, que el personaje de la historia que narra, quizás él mismo, sobrevive de contar a los demás, a cambio de unas cuantas monedas, algunas cosas de la vida privada de fulano de tal.

Este aserto se asemeja a la concepción convencional y un tanto caricaturesca de lo que se ha dado en llamar crónica social o crónica rosa, una variante del periodismo clásico caracterizada por la superficialidad, la exaltación de lo banal o trivial y cuyo centro habría de ser, en efecto, la vida íntima de las personalidades de toda laya.

En cambio, la labor periodística de Maribel Lazala y lo que ha firmado a lo largo de muchos años como editora de la revista “En Sociedad” (ES), recogido parcialmente en su libro “Lo que he firmado.

Algunas pistas para encontrar el camino” (2018), ha superado los límites y la inmediatez del periodismo de crónica rosa o del corazón, para trascender a la esfera de una crónica de un tiempo, una sociedad y unos individuos analizados con honda preocupación ética, en procura de aportar a la construcción de un mejor mundo, mediante un mensaje esperanzador y modelador de una dimensión humanística y solidaria, cada vez más débil o ausente en el ajetreo vital contemporáneo.

Sus escritos hurgan en los auténticos y hoy escamoteados valores de la existencia, orientan a los individuos en el propósito de lograr vidas con sentido afirmativo, que cultiven con sus actos y pensamientos la esperanza y la solidaridad.

Sus preocupaciones rebasan las fronteras de la banalidad, de la vanidad huera, tan al uso en ese tipo de periodismo, para instalarse allí, en la médula de la sociedad de finales del siglo XX e inicios del siglo XXI, y cuestionarla, criticarla sin dobleces, antes bien, con tiento incisivo y con coraje.

Y en medio de todo ese barullo, de todo ese ruido que lacera la vida, el alma y el pensamiento contemporáneos, entonces, la necesidad del silencio.

Es que, en verdad, solo el silencio puede salvarnos de la urticante estridencia del mundo actual.

En 1952, en una habitación insonorizada de la Universidad de Harvard, el excepcional músico John Cage grabó, en el sentido más inequívoco de esa palabra, su singular pieza titulada “4,33” (Cuatro minutos, treinta y tres segundos). Se trata del más grande y singular canto al vacío, a la hondura inconmensurable de la nada. Tal vez sea, desde otra perspectiva, el canto sin voz ni música a la plenitud misma de lo sonoro en su estado más puro, es decir, el silencio.

Este libro organiza su contenido en función de cómo percibe Lazala las cuatro estaciones del año, en tanto que expresión diacrónica de constancia y cambio en la naturaleza.

Sintonía particular del pensamiento y la palabra de la autora y su revista ES con la fuerza vital y los rítmicos movimientos de la naturaleza, esos que, de acuerdo con Lao Tse, rigen nuestro discurrir por la vida y nuestro camino o destino.

Por ello, precisamente, exalta nuestra autora la virtud, la magia de la poesía, en un mundo marcado por la apariencia en detrimento de la esencia; porque el lenguaje poético nos reviste de una especial sensibilidad para despertar de la modorra producida por la soberbia del poder en el imperio efímero de la reificación del consumo y el individualismo, rasgos de lo que a su hora y con acierto Su Santidad Juan Pablo II llamó capitalismo salvaje.

Este hermoso volumen nos devuelve aquello que Lazala había firmado, con responsabilidad y desafío.



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