La incertidumbre y la sensación de vulnerabilidad nos dificultan proyectar más allá de la vacilación y la perplejidad. A veces el futuro nos parece estar demasiado cerca. A esa conclusión llegué hace unos días, en el contexto de una conversación informal con algunas parejas con hijos que se encuentran en la etapa final de sus estudios básicos y medios.
Por ejemplo, una pareja con un hijo comenzando sus estudios en la universidad y otro que inicia el bachillerato me planteaba cómo se preocupan acerca del valor de una buena educación académica en relación con el futuro cercano de sus hijos.
Esta es una pareja promedio de lo que podría denominarse la clase media dominicana. Actualmente gastan en la educación de sus hijos el equivalente a varios salarios mínimos.
Y, aunque consideran que la educación de sus hijos es costosa, les angustia la sensación de que nada es seguro en cuanto a la vida profesional y la trayectoria e inserción que tendrán éstos en la sociedad.
Estamos abrumados por la incertidumbre. Creo no equivocarme si supongo que esta angustia es compartida por muchos padres y madres en situaciones similares.
Una de las dificultades que confronta la sociedad dominicana es que no hemos logrado estructurar líneas claras de movilidad social y de sucesión de una generación a otra. Eso nos impide pensar algunas cuestiones clave para la cohesión social en el mediano y largo plazos.
Urge que generemos condiciones, capacidades sociales e institucionales para garantizar más, para dar seguridad a la gente de que hay un futuro, de que las cosas van a salir bien.
Me consta que este tipo de percepción es imprescindible para que una sociedad pueda plantearse la superación de sus dificultades y la acumulación de esfuerzos y energías que requiere el desarrollo humano.