Cada cierto tiempo, especialmente cuando ocurre algún suceso que cala en el ánimo de la población, se le exige a la Policía Nacional actuar con mayor firmeza.
Se le pide «mano dura».
Esas olas de comentarios pueden confundir y hasta convertirse en un incentivo para la arbitrariedad.
La mano dura que se requiere en la Policía Nacional pasa por el fiel cumplimiento de la ley, el reentrenamiento de sus agentes y actuaciones apegados a sus reglamentos.
La aclamada reforma policial que anda de boca en boca tiene en esos tres elementos los pilares para sustentarse.
La designación de un nuevo Director de la Policía solo representa un punto de partida para liderar un proceso, pero por si solo no garantiza ningún resultado.
Un cuarto elemento consiste en un robusto departamento de asuntos internos que garantice que los agentes actúen con pulcritud y apegados a sus reglamentos.
Muchas de las actuaciones violentas en las que se han visto envueltos agentes policiales son el reflejo de problemas sociales mucho más amplios.
La nueva dirección de la Policía tiene el reto de liderar ese cuerpo en la corrección de muchos errores y distorsiones internas, instaurar nuevos paradigmas en su relación con la población y restaurar la confianza de sus actuaciones.
La reforma de la que se habla requiere, por ejemplo, preguntarse si su uniforme es el más conveniente para este clima, el tipo de calzado es el adecuado si tienen que emprender una persecución de un sospechoso, si tienen las herramientas para someter a alguien que se subleve a la autoridad policial sin necesidad de tener que recurrir a fuerza letal, disfrutan de la protección social adecuada para ellos y sus familiares o si los niveles de ingresos reales les permiten cubrir la canasta familiar.
Detrás de la respuesta a cada pregunta hay un tema de recursos económicos, además de la parte de la aptitud.