
Es una mañana fresca en la "Spanish Nursery", una guardería bilingüe en el norte de Londres, Reino Unido.
Los padres ayudan a sus hijos a quitarse cascos y chaquetas de ciclismo, mientras los maestros saludan a los niños con un abrazo y un alegre "¡Buenos días!".
En el patio de recreo, una niña pide, en español, que le recojan el cabello en una "coleta", y luego hace rodar una pelota y grita "¡Atrápala!" en inglés.
A esta edad los niños no aprenden un idioma, lo adquieren", dice la directora de la escuela, Carmen Rampersad.
Eso parece resumir la envidiable falta de esfuerzo de los pequeños políglotas que la rodean.
Para muchos de los niños de esta guardería, el español es un tercer o incluso cuarto idioma.
Sus lenguas maternas incluyen croata, hebreo, coreano y neerlandés.
Y si uno compara esto con la lucha que para un adulto promedio implican las clases de idiomas, sería fácil concluir que es mejor comenzar desde muy joven.
La ciencia, sin embargo, ofrece una visión mucho más compleja de cómo evoluciona nuestra relación con los idiomas a lo largo de la vida, y hay mucho para alentar a los principiantes tardíos.

En términos generales, las diferentes etapas de la vida nos dan diferentes ventajas en el aprendizaje de idiomas.
Como bebés tenemos un mejor oído para diferentes sonidos, y como niños pequeños podemos recoger acentos nativos con una velocidad asombrosa.
Como adultos, sin embargo, tenemos períodos de atención más largos y habilidades cruciales, como la alfabetización, que nos permiten ampliar continuamente nuestro vocabulario, incluso en nuestro propio idioma.
Y una gran cantidad de factores más allá del envejecimiento, como las circunstancias sociales, los métodos de enseñanza e incluso el amor y la amistad, pueden afectar la cantidad de idiomas que hablamos y qué tan bien lo hacemos.
Aprovechando al máximo el cerebro
"No todo empeora con la edad", dice Antonella Sorace, profesora de desarrollo lingüístico y directora del Centro de Asuntos de Bilingüismo de la Universidad de Edimburgo, Escocia.
Y como ejemplo ofrece lo que se conoce como "aprendizaje explícito": el estudiar un idioma en un salón de clases con un maestro explicando las reglas.

"Los niños pequeños son muy malos en el aprendizaje explícito, porque no tienen el control cognitivo y las capacidades necesarias de atención y memoria", explica Sorace.
Los adultos son mucho mejores en eso.
"Eso puede ser algo que mejora con la edad", destaca la experta.
Y un estudio realizado por investigadores en Israel, por ejemplo, encontró que los adultos son mejores para comprender las reglas de un lenguaje artificial y aplicarlas a nuevas palabras en un entorno de laboratorio.
Para ello los científicos compararon tres grupos diferentes: niños de 8 años, niños de 12 años y adultos jóvenes.
Los adultos obtuvieron puntajes más altos que los dos grupos más jóvenes, y los niños de 12 años también obtuvieron mejores resultados que los más pequeños.
Esto coincidió con los resultados de un estudio a largo plazo de casi 2.000 estudiantes bilingües (hablantes de catalán y español) de inglés: los principiantes tardíos adquirieron el nuevo idioma más rápidamente que los principiantes más jóvenes.
El poder del cerebro adulto joven
Para los investigadores israelíes, los adultos jóvenes que participaron en su experimento pueden haberse beneficiado de las habilidades que vienen con la madurez, como estrategias más avanzadas de resolución de problemas y una mayor experiencia lingüística.
En otras palabras, los estudiantes mayores tienden a saber más sobre sí mismos y sobre el mundo, y pueden usar este conocimiento para procesar nueva información.