¿Crujir de dientes?

¿Crujir de dientes?

¿Crujir de dientes?

Roberto Marcallé Abreu

Usted observa paciente la promoción televisiva, los afiches y carteles que enturbian el panorama y que nos roban la belleza del azul del cielo y de las blancas nubes viajeras.

Y mira con detenimiento las entrevistas o escucha a personas que se expresan en la calle o en las redes sociales.

A veces, aunque cada vez menos, observa sonrisas, gestos y hasta dispersas manifestaciones de alegría.

Al dominicano le encantan los abrazos, el humor. Somos un pueblo alegre y comunicativo.

Solo que, gradualmente, ese comportamiento ha sufrido una metamorfosis brutal. Hemos cambiado. Cierto, nunca hemos disfrutado de una situación ideal o perfecta en cuanto a convivencia. Pero, la verdad es que ya no somos los mismos. Hay mucha gente amargada y airada. ¿Por qué?

Tras el ajusticiamiento a balazos de Rafael Trujillo en 1961, los dominicanos enarbolaron, una vez más, la bandera de la esperanza. Se celebraron inolvidables juicios públicos para juzgar a torturadores, desfalcadores, abusadores y asesinos.

La gente se lanzó a las calles a golpear y ajusticiar delatores, sicarios y trujillistas prominentes. Se destruyeron estatuas con mandarrias y martillos y emblemas alusivos a la dictadura.

Tanta era la ira que el gobierno se vio obligado a maquillar hasta el nombre del aterrador Servicio de Inteligencia Militar, la tenebrosa maquinaria de espionaje oficial, responsable de asesinar y torturar a miles de opositores y disidentes.

En los casi setenta años transcurridos desde entonces, tras frustraciones y amarguras sin cuento, el desencanto y la impotencia se han ido enraizando peligrosamente en el alma del dominicano.

Bosch fue elegido y deportado. Manolo y los héroes del 14 de junio fueron fusilados en las montañas o terriblemente torturados.

Un intento para restablecer la voluntad del pueblo en 1965 fue frustrado a sangre y fuego por marines en colaboración con los desmoralizados guardias dominicanos. Caamaño y cientos de excombatientes fueron asesinados. Salvo minúsculos avances, hasta la fecha, este país ha sido robado, saqueado y corrompido inmisericordemente por quienes han ejercido el poder.

Las miserias y el abandono del pueblo son innombrables. Los sueños de millones de hombres y mujeres han sido aniquilados y frustrados sin piedad.

Junto a estas frustraciones ha ido decayendo y muriendo esa alegría, esa solidaridad, ese espíritu del dominicano, pese a las fotos, los videos y la ilusoria propaganda.

Como dominicanos hemos cambiado. Nuestra conducta, nuestro nivel de civilidad es deplorable. Somos cada vez más antisociales, incultos, agresivos. Nuestra dignidad ha sido arrastrada por el fango.

La gentileza de otros tiempos se ha ido a pique y no es para menos: hemos sido engañados, ultrajados, maltratados vilmente por los poderes establecidos que nos deshonran en la cara de la forma más grotesca concebible.

Poseo la certeza de que los días, semanas y meses por venir serán sumamente complicados para el destino de todos.

Quienes creen que nada va a cambiar puede que se lleven una sorpresa. Tras ese rostro abatido y aparentemente resignado del dominicano, desbordado por las carencias y las necesidades, desatendido y traicionado, hay un ser íntegro, tan duro como el acero. Sus esperanzas no han muerto ni van a morir.

Cuando avance el primer paso en reclamo firme de lo que legítimamente es suyo, su país, la justicia, el respeto, la decencia, los derechos adquiridos, la tranquilidad, que los ladrones, criminales y delincuentes de toda ralea le han secuestrado, entonces ya veremos.

Porque, a pesar de los oscuros nubarrones, hay que recuperar la Patria de Duarte. Ya los veremos caer de forma estrepitosa, espérenlo. Está muy cerca la hora bíblica del crujir de dientes. Y entonces, será el momento de la verdadera celebración.



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