La época en la que inicié la profesión, en septiembre de 1989, para ser exacto, el periodismo era diametralmente diferente al de la actualidad; se caracterizaba por el romanticismo, la búsqueda de la primicia noticiosa y no existía entre los periodistas el afán de enriquecimiento ni de la dolce vita.
En general la prensa era más crítica frente al poder político, llevando a algunos periodistas hasta arriesgar sus vidas. Conservo en mi memoria un editorial enmarcado y colgado en la pared de la oficina del director del diario en que laboraba, cuyo título decía: “Arrodillados ante el poder”.
El escrito era breve, solo un párrafo, pero simbolizaba una crítica potente frente a una de las administraciones de Joaquín Balaguer.
Ahora el periodismo y los periodistas, contadas excepciones, han decidido voluntariamente arrodillarse ante el poder político. Han renunciado a la razón de existencia de la prensa, que radica en la crítica con la finalidad de servir de contrapeso social y de fortalecimiento de los valores democráticos.
El periodismo no es una profesión para hacer millonario a nadie. Tampoco para amedrentarse ante nada. Tampoco para encubrir lo incorrecto.
Tampoco para promover estrategias gubernamentales a cambio de prebendas. Refiero con cierta frecuencia la afirmación del periodista, ensayista y poeta polaco Ryszard Kapuscinsky al señalar que “los cínicos no sirven para este oficio”, refiriéndose al ejercicio del periodismo.
La crisis del periodismo dominicano no es económica, sino moral. No se puede negar que los medios de comunicación pagan a los periodistas bajos salarios, pero esos profesionales tienen ahora mayores oportunidades de insertarse en el mercado laboral a través de las plataformas digitales en cuyos espacios la remuneración es atractiva.
Además, las direcciones y departamentos de comunicación gubernamentales pagan cientos de miles de pesos mensuales a los titulares.
Esa crisis moral ha conducido una escasez de periodistas enamorados de la profesión, capaces de dar la batalla por la socialización de los temas que crean urticaria a las élites gobernantes, que se alejan del oro corruptor de las prebendas y que se arriesgan permanentemente a ser víctimas de quedarse sin empleo.
Esto llama a reflexionar, aunque se ve como un sueño, una quimera; porque ni siquiera los liderazgos ni las instituciones que deberían ser dolientes de un periodismo de calidad lo ponen en agenda.
La verdad es que sin una prensa capaz y responsable se puede considerar una democracia sólida. Lo afirmó hace mucho tiempo el escritor y poeta danés Hans Christian Andersen que “la prensa es la artillería de la libertad”.
Contrario al ayer de mis inicios de la profesión, hoy ni siquiera se sabe quién es periodista. Los medios de comunicación y las plataformas digitales están plagadas de usurpadores, quienes nunca han pisado una escuela universitaria de Comunicación Social ni una sala en la que se elaboran noticias.
Una situación peor radica en profesionales que sí son periodistas, pero que se han acomodado al confort ofrece el poder; han cambiado sus críticas por el silencio cómplice. Aparentan desconocer que la crítica al poder es consustancial a los periodistas.
Ciertamente que son las esferas del poder las que deben ser controladas para evitar los excesos que degeneran en las injusticias sociales.
Una prensa responsable, al servicio de la libertad y de la verdad, representa un baluarte para cualquier sociedad que aspire a la justicia social y a sobreponerse ante los problemas, por grandes que estos parezcan en determinadas coyunturas.
De lo que no hay dudas, es que en República Dominicana se ahonda la crisis moral en el periodismo.