El transporte público o colectivo es una de las piezas fundamentales para el desarrollo de las ciudades modernas. Su importancia radica en su capacidad de mover a miles de personas diariamente, así como también en cómo impacta la economía, la sostenibilidad ambiental y la calidad de vida de los ciudadanos.
Un sistema de transporte público eficiente puede marcar la diferencia entre una ciudad funcional y una que se encuentra constantemente atrapada en el caos.
La planificación adecuada de rutas, horarios y la integración de diferentes medios de transporte es esencial para garantizar que las personas puedan desplazarse de manera ágil y segura.
Sin embargo, en el Gran Santo Domingo el sistema de transporte público enfrenta retos significativos, como el envejecimiento de sus infraestructuras, la falta de inversión y la insuficiencia de políticas públicas enfocadas en su mejora.
Esto genera problemas como la saturación de vehículos o enormes tapones, el aumento de los tiempos de espera y, en muchos casos, la exclusión de zonas, barrios o sectores que no tienen acceso adecuado a estos servicios.
Por otro lado, el transporte público también es un reflejo de las desigualdades urbanas.
En nuestra metrópolis, los habitantes de los sectores más pobres dependen completamente de estos sistemas, mientras que los más acomodados optan por vehículos privados. Este desequilibrio es un evidente indicador que perpetúa las desigualdades sociales, y obviamente también contribuye al aumento de la contaminación y al congestionamiento vehicular.
A pesar de los significativos esfuerzos realizados, particularmente en términos financieros, no se ha logrado alcanzar un porcentaje adecuado que refleje una mejora sustancial en la modernización del transporte público.
Por lo tanto, es una prioridad seguir buscando soluciones efectivas que permitan avanzar en este objetivo. Implementar medidas innovadoras, como autobuses eléctricos, más metros, tranvías y, por qué no, sistemas de bicicleta pública, puede transformar la manera en que las personas perciben y utilizan estos servicios.
Asimismo, es imprescindible fomentar políticas que promuevan su uso, subsidios totales o tarifas accesibles, integraciones tarifarias y campañas educativas que resalten los beneficios colectivos.
El transporte público o colectivo no debe ser visto únicamente como un medio de movilidad, sino como una herramienta de cohesión social, desarrollo económico y sostenibilidad ambiental. Invertir en su mejora es invertir en el futuro del país y en el bienestar de sus habitantes.
La clave está en transformar los retos actuales en oportunidades para construir sistemas más inclusivos, modernos y eficientes, que realmente estén al servicio de todos.
Actualmente nuestras ciudades más importantes del país enfrentan el mayor reto que puede tener una nación en vías de desarrollo: lograr el equilibrio entre el progreso de sus infraestructuras y el bienestar de sus habitantes.
¿De qué sirve una metrópolis llena de autos, grandes edificios e indicadores de abundancia económica si los habitantes están permanentemente estresados, sin calidad de vida y sometidos a contaminación ambiental? Obviamente, la respuesta es simple: será cuestión de tiempo que se quedará vacía.
La propuesta que urge en este momento es priorizar el tema de la movilidad, ya está bueno de improvisaciones de planes que, en algunos casos han sido diseñados por expertos, pero que los mismos, siempre han sido implementados por personas que no saben absolutamente nada de un tema tan sensible y vital para el desarrollo como lo es el tema del tránsito.
*Por Víctor Féliz Solano