A veces todo comienza de la manera más sencilla. Un deseo, anhelo o sueño. Va tomando forma y poco a poco pasa esa frontera de solo pensarlo para tratar de lograrlo.
Surgen dudas, miedos, complicaciones, pero al mismo tiempo llegan soluciones, fuerza y acciones.
El proceso de lograr una meta es maravilloso. Te transformas, creces, descubres cosas de ti mismo que no conocías, llegas a convertirte en una versión que te enriquece en todos los sentidos.
Por eso es importante abrir la mente, la puerta a las oportunidades, y lanzarte muchas veces para que eso que va tomando forma en tu cabeza se convierta en una realidad.
En el camino conocerás personas que te aportarán, otras que se convertirán en un obstáculo, pero que te harán más fuerte. Cuando vengas a darte cuenta, serás otra persona. Habrás logrado no solo aquello que te propusiste, sino que tu crecimiento forjará ese carácter que desde pequeño ha ido tomando forma.
No hay experiencia más reconfortante que darte cuenta de que, en el proceso de lograr un objetivo, has madurado, has adquirido una sabiduría que te permite enfrentar la vida con la absoluta certeza de que eres capaz, y de que, a pesar de los muchos obstáculos, has logrado llegar a la meta.
Por eso, muchas veces no es tan relevante el final, sino todo el proceso, porque es cuando realmente adquieres todo aquello que se va a quedar contigo. Y qué decir cuando tienes personas que se alegran, que lo comparten contigo y de igual forma llegan para quedarse.
Ese deseo, anhelo o sueño que ahora mismo te está rondando es el siguiente paso. Permite que llegue, que pase a formar parte de tu bagaje, disfruta el proceso, tu capacidad de buscar la forma de lograrlo y, sobre todo, cree en ti.
