La credibilidad es algo que no se compra, no se vende ni se cuela de contrabando. Hay que ganársela mediante una conducta reiterada de apego a la verdad sin limitaciones.
El hecho de que la población ha acogido con dudas las versiones difundidas hasta ahora por la Policía Nacional en torno al sonado y supuesto secuestro del joven de Nagua, nos induce a pensar que el llamado cuerpo del orden no goza plenamente de esa virtud que conocemos como credibilidad.
No soy quién para afirmar si la actuación policial ha sido correcta y verdadera en este caso, porque carezco de medios de información para poder opinar sobre esta situación específica. Pero la ocasión es propicia para hacer algunas reflexiones sobre el accionar, en términos generales, de nuestra Policía.
Creo firmemente que la Policía Nacional debe esmerarse en el ejercicio de la sinceridad, empezando por hacerse una autoevaluación que deje al descubierto defectos y lacras que todos sospechamos y tememos.
Nunca es tarde para comenzar, partiendo del ejemplo como premisa para tener autoridad moral frente a aquellos que queremos corregir. Hay buenos policías, desde rasos hasta oficiales, pero están reburujados con los no tan buenos y con los malos.
Mientras perdure esa mezcla, no florecerá la credibilidad.
Credibilidad