
Compartir:
SANTO DOMINGO.-“A mi nadie me ha ayudado con nada, solo Dios”, afirma Jhony Jan, un haitiano de 38 años, esposo y padre de cuatro menores de edad, que vive de la informalidad.
Creyendo que se trataba de un período de tiempo corto, Jan, que se gana la vida vendiendo plátanos en un triciclo, compró suministros al inicio de la pandemia del Covid-19.
Esa decisión lo llevó no solo a pasar hambre, sino a perder su reducido capital económico.
“A los pocos días todo acabó y los muchachos se me empezaron a quejar de hambre”, declara Jan que forma parte de los 254, 198 haitianos que regularizaron su estatus migratorio a partir del año 2013.
