
Pocos mitos han retrasado más el progreso del país que el famoso miedo al costo político para realizar cambios imprescindibles en políticas públicas o costumbres.
He citado antes estudios prestigiosos que demuestran que el daño causado por malas políticas es más costoso o peor que el alegado perjuicio político -popularidad o votos perdidos- que padecería el Gobierno o presidente de cualquier nación que acometa reformar lo mejorable.
Entre nosotros sobran ejemplos: luce que hay terror para corregir el creciente tollo y quiebra de las EDE; o aplicar macana legal a sindicatos como la ADP o las mafias de transportistas, principales enemigos de la instrucción pública o el ordenamiento legal del tránsito y el transporte público de carga y pasajeros.
Hay reticencia para las reformas fiscal y laboral imposibles de consensuar, pero necesarias. La corrupción es una Medusa de mil cabezas. Ante estos lisios, todos los gobernantes desde hace décadas rehúyen incurrir en un falso “costo político”.
Me recuerda al estudiante George Dantzig, quien en 1939 copió dos ecuaciones matemáticas planteadas en un pizarrón del aula creyendo que eran parte de la asignatura de estadística. Cuando presentó al profesor su solución, este asombrado le dijo que eran un ejemplo de problemas imposibles de resolver. Dantzig los solucionó porque nadie le había prejuiciado conque eran dizque imposibles.
Quizás similar inspiración necesitan nuestros políticos para desatar los nudos que impiden al país el salto exponencial que aumentará la prosperidad, legalidad y felicidad del pueblo.
El mayor costo político, social y económico es dejar sin resolver graves problemas por creer erradamente que es imposible su solución.