
El día 12 de diciembre próximo se cumple una década desde que las 196 naciones negociaron y adoptaron con éxito el Acuerdo de París, un tratado climático histórico que ha guiado la política y el régimen climático internacional desde entonces.
Sin embargo, con la inminente nueva ronda de negociaciones de la COP30 en Brasil para noviembre, ha aumentado el descontento con el proceso de negociación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y más específicamente en la Convención Marco sobre Cambio Climático (CMNUCC).
Los negociadores del Sur Global y algunos críticos del Norte Global afirman que las conversaciones no están haciendo lo suficiente para acelerar la reducción de emisiones, abordar el problema de los combustibles fósiles, recaudar fondos climáticos para los países en desarrollo y que los impactos climáticos que estamos presenciando exigen un cambio radical y urgente de ritmo hacia la acción, y no principalmente hacia una negociación enfocada en sí misma, entre otras preocupaciones.
En los últimos años, el tablero geopolítico impacta indefectiblemente a la Convención sobre Cambio Climático, la cual además se ve ahora obstaculizada por una narrativa cada vez más fuerte de progreso gradual y milimétrico, prácticamente obviando la necesidad fundamental de una transición universal a economías resilientes, bajas en emisiones.

El consenso proactivo, ya de por sí difícil, se vuelve aún más a medida que la polarización se intensifica y multiplica por una narrativa que busca estancar las discusiones sobre temas con muy poco margen de progreso realista.
Es por esto que figuras influyentes en la política climática y grupos de la sociedad civil afirman que las Conferencias de las Partes (COP) como escenarios de negociación, necesitan una "reforma urgente" y han lanzado varios manifiestos para el cambio.
Es hora de reconocer plenamente que existe una crisis de confianza en el proceso climático de la ONU y tomar las medidas adecuadas para limitarla. Las partes desconfían entre sí y las partes interesadas desconfían de los limitados resultados de 30 años de negociaciones climáticas.
Lo anterior ha sido observado por la presidencia brasileña de la COP30, que ha reconocido los "crecientes llamados al cambio" y ha pedido a las partes que "reflexionen sobre el futuro del propio proceso".
Todo esto se produce en medio de la preocupación por una "crisis" del multilateralismo causadas por la política exterior unilateralista de la administración Trump, un conflicto bélico generalizado y la escalada de los riesgos climáticos, expresado en aumento de las temperaturas promedio, olas de calor, aumento de los fenómenos y eventos hidrometereológicos extremos con pérdidas y daños en los países pobres y las comunidades más vulnerables del planeta.
Para nadie es secreto, que la supervivencia de la industria de los combustibles fósiles depende del fracaso de la CMNUCC, ya que cumplir con sus objetivos y el Acuerdo de París implica innegablemente la eliminación gradual de los combustibles fósiles.
Por lo tanto, no es de extrañar que, desde el principio, los grupos de presión de la industria de los combustibles fósiles hayan estado presentes en las Conferencias de las Partes y hayan operado para socavar la ambición y metas globales de reducción de emisiones.
Es obvio que el proceso debe cambiar: agilizar las negociaciones, revisar las reglas de consenso y prohibir que los grupos de presión de los combustibles fósiles influyan en los textos.
Dar prioridad a las voces de los pueblos indígenas, las comunidades en primera línea y la sociedad civil. Y aumentar la financiación pública climática para permitir una transición justa y un apoyo real a la adaptación y a la atención de las pérdidas y los daños, haciendo que quienes contaminan paguen.
En general, las negociaciones se han mostrado resistentes a cualquier reforma, salvo a una muy limitada. ¿Por qué? El hecho es que muchas de las ineficiencias percibidas no son defectos en sí mismos, sino inherentes a un proceso global donde todas las naciones son soberanas e iguales, y todas quieren tener voz y voto.
También son inherentes al propio problema del cambio climático, que, por ser tan multifacético, inevitablemente genera una agenda en constante expansión, atrayendo a un número cada vez mayor de participantes gubernamentales y de la sociedad civil.
Y el proceso es político: las iniciativas para reestructurar las negociaciones inevitablemente se enfrentan a fuerzas poderosas que saben cómo maximizar su influencia en el sistema existente y prefieren, con mucho, el statu quo.
El Acuerdo de París ha tenido buenos resultados en algunos aspectos, incluyendo el fortalecimiento de sus objetivos de temperatura y emisiones a la luz de la evolución de la ciencia. También condujo a un primer balance mundial que exigió triplicar las energías renovables y duplicar la eficiencia energética para 2030, así como la transición hacia el abandono de los combustibles fósiles, para lograr cero emisiones netas para 2050.
Tras cada COP, se pide reformar la CMNUCC, pero deberíamos aspirar a una evolución, no a una revolución, por tres razones. En primer lugar, es casi seguro que una revolución no resultaría en algo más sólido que lo que ya tenemos.
Es difícil imaginar que sea posible adoptar el Acuerdo de París en el contexto geopolítico y económico actual. En segundo lugar, el Acuerdo de París está funcionando, aunque no con la suficiente rapidez.
En tercer lugar, y más importante aún, los mayores obstáculos para el funcionamiento eficaz de la CMNUCC y el cumplimiento del Acuerdo de París son las deficiencias en la política subyacente. Ningún ajuste al proceso de la CMNUCC puede compensar esto.
La reciente opinión consultiva de la Corte Internacional de Justicia (CIJ) ha reforzado la demanda de reparaciones climáticas. La COP30 debe abrir una nueva era de rendición de cuentas y justicia climática tan necesaria como urgente para seguir evolucionando positivamente.