Este país parece una gallera o un ring de boxeo. Nunca falta una controversia, una protesta, una demanda, una disputa, y hasta la muerte se hace presente con indeseada frecuencia al no poder reconciliarse los intereses en pugna.
Exigen los médicos, reclaman los choferes, claman los olvidados de la fortuna, desesperan los maestros, incurren los estudiantes en intolerables excesos, se fragmentan los partidos políticos, se malquieren entre sí los funcionarios públicos y se pelean entre ellos mismos los legisladores, mientras los ciudadanos soportan estoicamente la precariedad de la energía eléctrica y se resignan a vivir en medio de la basura.
En el trasfondo de ese desalentador cuadro se vislumbra, sin embargo, algo positivo: gozamos de libertad. Libertad para hacer denuncias, libertad para desenmascarar a los funcionarios desviados de sus misiones, libertad para reclamar, libertad para opinar, libertad para disentir.
Los males que padecemos solo podrán solucionarse mediante confrontaciones libremente aireadas, es decir, en un ambiente de libertad.
Nunca vamos a dejar de tener problemas. Es la naturaleza humana. Pero si preservamos la libertad y no dejamos que ésta perezca, podremos mantener vivas las esperanzas de solución. Sólo si perdemos la facultad de expresarnos libremente, habremos perdido también, irremisiblemente, toda posibilidad de defender nuestros derechos.