Una de las cosas que siempre he intentado mejorar en mí es soltar el control. Querer tener todo planificado, amarrado y controlado es extenuante.
No sé en qué momento esto pasó a formar parte tan intrínseca de mi personalidad, pero lo hizo y aunque en ocasiones se traduce en organización y resolución, en otras se convierte en estrés y ansiedad. Todos tenemos esa parte de nosotros que no sabemos de dónde viene pero que sale de manera natural.
En este camino hay una parte que, en concreto, he logrado mejorar. Hacer planes. Para cualquier cosa yo necesitaba mi tiempo, eso de hacer algo de un momento para otro o sin planificar se convertía en todo un drama en mi vida. Y lo primero que siempre salía de mi boca era un no, después al final acababa haciéndolo y en casi el cien por cien de los casos lo disfrutaba y me daba cuenta de que me había estresado sin razón.
Así que ahora trato de dejarme llevar, de fluir, de tomar las cosas cada día como vienen y no querer controlar el mundo porque al final eso, no es solo imposible, es que es insano. Ser organizado, centrado, planificar es algo bueno en su justa medida, pero hacerlo como si todo fuera blanco o negro, sin matices, es una esclavitud que acaba pasando factura.
Me gusta esta nueva experiencia, eso de dejarse llevar tiene hasta su punto de incertidumbre que hace que mi mente quiera volver a lo que era pero me permite aprender cada vez que el control está solo en mi cabeza, que la vida tiene sorpresas, que las personas no son ni hacen lo que uno quiere.
Y al final este camino se llena de alegrías, de buenos momentos y sobre todo de tranquilidad. Eso es bueno.