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Congreso de “bacás” y la oscuridad más profunda de Yomata

El sol se ocultó de manera repentina y misteriosa, después de que los pobladores sintieran un fuerte calor seguido de un frío insoportable. El ambiente se enrareció y la población sintió masivos “escalofríos”, como si algo extraño abrazara sus cuerpos. Durante el transcurso del fenómeno, los habitantes de Yomata perdieron la noción del tiempo. El inesperado suceso los envolvió por completo. Nadie imaginó lo que había ocurrido durante ese lapso. Quienes conservan en su memoria aquel momento cuentan que esa oscura noche —que llegó sin avisar y se hizo eterna— comenzó un primero de diciembre y que la gente despertó de aquel letargo en junio, en plena celebración de las fiestas patronales.

Durante todo ese tiempo, los pobladores del pequeño pueblo se sumergieron en la profundidad de la noche. Estaban integrados mayormente por migrantes de pueblos vecinos, agricultores, braceros contratados para trabajar en las fincas cañeras del ingenio y comerciantes extranjeros atraídos por la riqueza que generaba la producción de caña de azúcar.

La vida transcurrió sin que los yomatenses supieran qué había pasado en ese periodo. Se supo después que, oficialmente, “eso nunca ocurrió”. Por ello, la gente continuó su existencia sin mayores contratiempos, como si nada hubiese sucedido. Las vivencias se borraron de sus cabezas y solo algunos niños, niñas y pocos adultos conservaron vagos recuerdos de aquellos paradójicos momentos.

I) Aflora Yuyo

Yuyo apareció en el lugar sin que nadie conociera su procedencia. Desde entonces fue considerado un desmemoriado y “sin cabeza”. En el fondo, solo era un enviado de los “demonios” que, con astucia, logró disfrazar su presencia en esta lejana comunidad del Sur. De figura espigada, cara risueña y tez achocolatada, llegó revestido de un aura de sabiondo, estilo fino y carácter bonachón. Vivió en el poblado y nunca formó una familia. Decía haber regresado del “más allá”, pero no ofrecía mayores explicaciones. Hacía alarde de una copiosa y acicalada cabellera; andaba siempre perfumado, con aromas embriagadores, y lucía vestimentas extrañas que aseguraba se confeccionaban exclusivamente para él.

Las reuniones con jóvenes yomatenses, en los bancos del parque, surgían entre chanzas, dudas y risas. Contar cuentos extravagantes de seres inimaginables era la especialidad de este personaje, quien relataba, según él, todo lo acontecido el día de la oscuridad final. Detallaba lo ocurrido durante la inusitada celebración del “Congreso de bacás”, una congregación de espíritus malignos que habría cambiado por completo el entorno del lugar.

II) Ni guerra ni cambio climático

La gente no daba crédito a sus explicaciones. Solo algunos le creían, pero él insistía en la veracidad de los hechos. Fue entonces cuando se identificó como mensajero de seres infernales que habían tomado a Yomata como sede experimental de su inverosímil actividad.

—“Me tocó convocar aquel magno y diabólico acontecimiento” —precisó.

Añadió que el encuentro se realizó sin invitaciones a la prensa y sin compras masivas de chacabanas blancas, pero sí de capas negras que desprendían fuertes olores a murciélagos verdes.

Los líderes malignos se centraron exclusivamente en cómo amasar grandes fortunas y poseer extensas tierras que serían irrigadas por la presa. Además, discutieron estrategias para manipular a políticos, controlar negocios y promover vicios como drogas, alcohol, cigarrillos y juegos de apuestas. Yuyo, entretanto, se desempeñó como intermediario y propagandista, nunca como protagonista. Su función era la convocatoria, organización e intermediación del cónclave. Al principio rechazó participar, pese a los supuestos vínculos familiares que decía tener con “el mundo maldito”. Afirmaba que sus tatarabuelos pertenecieron a un conglomerado de la maldad.

—“Se soltaron los demonios” —decía Yuyo, autodefiniéndose como un refinado “médium del mal y la opulencia”.

Rechazaba cualquier vínculo con seres rústicos o brujos consultados por los parroquianos. Por ello, los dioses de la oscuridad pactaron garantizar el éxito del evento y, como recompensa, prometieron convertirlo en bacá, otorgándole bonanza y poderes mágicos. A cambio, él debía cumplir su parte del pacto.

Las iglesias del poblado descuidaron su rol y fueron sorprendidas por los acontecimientos. Todo ocurrió tan rápido que los entes del mal tuvieron la oportunidad de manipular los astros y provocar un prolongado eclipse solar. De ahí surgió la mezcla que produjo la larga dormidera colectiva.

III) Época oscura

La extraña concentración de los seres malignos en el parque de Yomata provocó un desequilibrio astral que afectó todos los órdenes. Yuyo, comprometido a garantizar que la actividad se realizara sin obstáculos, cumplió su misión. Dispuso la apertura de discotecas, bares, colmadones y otros negocios lícitos e ilícitos de los alrededores, además de asegurar el suministro constante de alcohol, delincuencia y prostitución.

—“A quien el Diablo dio sus poderes, sus penas sirvan de maldad” —expresó Yuyo.

Contrariando su compromiso, reveló los pormenores del diabólico encuentro. Se le notaba la frustración: sus amos habían incumplido las promesas de riquezas inconmensurables.

—“¿Usted ha visto a un diablo cumplir sus palabras?” —replicó uno de los jóvenes.

La lealtad de Yuyo se rompió. Le habían prometido convertirlo en “el gran bacá” del lugar, pero eso nunca ocurrió. Decidió entonces revelar las interioridades del encuentro, lo que desató temores en la población. La furia de los entes malignos creció y el desasosiego se apoderó de toda la comarca.

IV) Las horas de la maldad

Los que conservaron sus recuerdos afirmaron que las advertencias de Yuyo pronto se hicieron realidad. Se produjeron aguaceros inusuales bajo un sol candente, seguidos de densas nubes oscuras —nimboestratos mezclados con cumulonimbos— que generaron lluvias intensas, granizo y truenos. Los ríos, canales y lagunas se desbordaron. Plantaciones quedaron destruidas, animales murieron y los puentes fueron arrasados.

El Gobierno envió helicópteros para socorrer a la población, pero no pudieron descender por las aguas que anegaron por completo la zona. El suceso más trágico ocurrió cuando uno de los aparatos se desplomó sobre las comunidades inundadas.

—“Yo se lo dije. Son las maldades prometidas por los demonios… ¡Ahora sálvese quien pueda!” —exclamó Yuyo.

Entre los hechos más insólitos destacaron las muertes inexplicables de diez motoristas en un mismo día y a una misma hora. A pesar de circular con normalidad, se estrellaron contra muros, animales y otros obstáculos. Los hospitalizados no presentaban lesiones ni traumas; las autopsias confirmaron que los fallecidos no mostraban daños visibles.

—“Esas gentes les fueron vendidas al diablo” —aseguró Yuyo—. “Las operaciones se hicieron en la reunión de ‘luases’ celebrada en Haití”.

El miedo se propagó rápidamente entre los habitantes.

V) Mitad perro y mitad toro

Tras aquel misterioso encuentro, el mundo cambió en Yomata. La planta eléctrica comenzó a fallar y se apagaba antes de lo habitual. Los noctámbulos corrían para llegar a casa antes del apagón, anunciado por tres toques de sirena. Seres inmundos deambulaban en la oscuridad, arrastrando cadenas y objetos metálicos que aterrorizaban a los vecinos.

Por calles y caminos aparecían seres roñosos, vestidos con ropas brillantes y tenis resplandecientes. Llevaban gruesas cadenas de metales relucientes que cegaban en la noche. Para los pobladores, la comunidad había sido tomada por demonios.

Los habitantes temían pasar de noche por un enorme árbol de javilla centenario, en el camino hacia Terrasemon. Allí surgían luminarias incandescentes y un temible animal mitad perro y mitad toro.

Decían que era uno de los bacás que se había quedado en el lugar. Una vez, el animal se detuvo frente a unos moradores, les habló en “patois” y lanzó improperios incomprensibles. Luego se internó en los cañaverales, generando un estruendo como si destruyera todo a su paso. Al día siguiente, sin embargo, todo estaba intacto: no había rastro de daños.

VI) Yuyo y el lado oculto de la luna

Yuyo ya no encontraba cómo explicar la presencia de los espíritus en Yomata. Decía ahora que provenían del “lado oculto” de la luna y no de Haití. Según él, la presencia china en ese remoto lugar había alborotado a los seres malignos que allí habitaban desde hacía milenios, y por mala suerte habían caído en Yomata.

Sin previo aviso, una mañana de noviembre llegó una ambulancia a su casa. Varios médicos se acercaron y él, tranquilo, dijo que les estaba esperando. Le colocaron una camisa de fuerza y se lo llevaron.

—“Después de todo, era un pobre loco… pero loco al fin. La gente aquí creyó sus historias. Vamos a llevarlo a otra comunidad para que haga lo mismo” —comentaron los galenos.

Los jóvenes que acudían al parque a escucharle se sintieron frustrados y engañados por su partida:

—“¡Maldición! ¡Y pensar que uno creyó las leyendas de este maldito loco…!”

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