Con el Jardín Botánico no

Hay cosas que no se tocan. Que no deben tocarse. Porque al hacerlo, no se afecta sólo un terreno, un espacio verde o una parcela más del mapa urbano.
Se rompe un pacto invisible con la vida, con la historia y con la posibilidad de tener una ciudad más habitable.
El Jardín Botánico Nacional es una de esas cosas.
Hoy escribo desde la preocupación y la indignación que compartimos muchos dominicanos. El Ministerio de Obras Públicas ha planteado la posibilidad de intervenir el Jardín Botánico para ampliar la avenida República de Colombia.
Y aunque oficialmente se ha dicho que sólo se están haciendo estudios, basta ver lo que ha pasado en otros casos para entender que, si no levantamos la voz a tiempo, nos pasará una aplanadora por encima, literal y simbólicamente.
El Jardín no es sólo un parque bonito. Es uno de los últimos grandes pulmones naturales que le quedan a Santo Domingo. Es nuestra reserva botánica más importante. Es un aula viva para generaciones de estudiantes.
Es refugio de aves, abejas, científicos, corredores, fotógrafos, y de todo el que alguna vez haya sentido la necesidad de escapar del cemento y respirar sin ruido.
Pero además, su valor está en la ubicación. No hay otro espacio con esas condiciones en todo el país. ¿Qué mente sensata puede pensar que es buena idea reducir ese santuario para ganar unos metros de asfalto? ¿A quién se le ocurre que recortar árboles centenarios es una alternativa cuando lo que necesitamos es más sombra, más frescura, más vida?
Me preocupa el mensaje que esto envía: que si una obra del Estado necesita pasar por encima de un área protegida, simplemente se modifica la ley o se buscan excusas técnicas para justificar lo injustificable. Lo hemos visto muchas veces. Pero esta vez no. Con el Jardín Botánico no.
Porque abrir esa puerta es permitir que cualquier otro espacio verde esté en peligro mañana. Es aceptar que la velocidad de los carros vale más que la oxigenación de la ciudad. Que el concreto manda, aunque lo estemos pagando con calor, enfermedades respiratorias, inundaciones y estrés colectivo.
Lo más grave es que esta propuesta no nace del desconocimiento. Quienes impulsan esta idea saben lo que representa el Jardín Botánico.
Saben que están tocando un símbolo. Por eso intentan hacerlo con “estudios”, con lenguaje técnico, con cuidado. Pero lo técnico no puede reemplazar lo ético. Y aquí lo ético está claro: no se le recorta un brazo a quien te da oxígeno.
Este no es un tema político. Es un tema de ciudad, de supervivencia, de respeto. No importa quién esté en el Gobierno hoy ni quién proponga la obra. Lo que importa es que la ciudadanía entienda que perder parte del Jardín Botánico es perder una parte de nosotros mismos. Y que si no lo defendemos, nadie lo hará por nosotros.
A veces me preguntan por qué insisto tanto en estos temas. Por qué me empeño en defender espacios verdes, aceras, árboles, comunidades. La respuesta es simple: porque ahí está la verdadera política. En lo que nos rodea. En lo que respiramos. En lo que dejamos como herencia.
Santo Domingo no necesita más avenidas a costa de su alma verde. Lo que necesita es visión, planificación y respeto. Respeto por lo que somos, por lo que hemos construido, por lo poco que aún nos queda.
Con el Jardín Botánico no. Así de claro. Así de firme.