EL DÍA ha sido consistente en defender la democracia y señalar los actos contrarios a ella. De igual manera no ha tenido reparos en señalar a dictadores contemporáneos y sus regímenes despóticos.
Los enemigos de la democracia no tienen ideologías, solo sed de poder para beneficiarse a costa del sufrimiento y dolor de sus pueblos.
En la actualidad las amenazas a la democracia se visten de populismo y asumen discursos de derecha o izquierda en virtud de su conveniencia. Por tanto hay dictadores que llevan diferentes ropajes.
En América Latina tenemos dos notables dictaduras contemporáneas: la de Daniel Ortega en Nicaragua y la de Nicolás Maduro en Venezuela.
Ha habido otros episodios de ruptura de la democracia o intentos de torcer la voluntad popular, como ocurrió desde estructuras judiciales en Brasil contra Dilma Roussef o el fallido caso de Guatemala contra su presidente Bernardo Arévalo.
Lo de Nicaragua ha sido una tragedia llena de exilios y encarcelamientos políticos. Venezuela también replica ese modelo.
El pueblo venezolano se dio una bocanada de democracia al expresar en las urnas su determinación, pero el dictador Nicolás Maduro se ha burlado del mundo y se robó las elecciones frente a las narices de todos.
No hay medias tintas aceptables al referirse a lo que ocurre en Venezuela. Solo hay dos opciones: usted apoya la dictadura o respalda la democracia.
El silencio o el lenguaje difuso se encasillan en el primer grupo.
Cuando un dictador se sale con las suyas, alienta a otros a imitarle por eso la indiferencia frente a lo que ocurre en Nicaragua ha hecho que esa tragedia se quiera replicar en Venezuela, con los exiliados, presos políticos y derramamiento de sangre.
La indiferencia es culpa por omisión y la justificación es complicidad.