Miguel Mejía, el secretario general del Movimiento Izquierda Unida y quien fuera destituido por el presidente Luis Abinader en enero de este año como ministro sin cartera, sorprendió el pasado miércoles al aparecer como copiloto del presidente venezolano Nicolás Maduro.
El video, en el que el líder chavista cita el día con énfasis como queriendo danto a entender que no se trata de un corte de archivo, pareció en su momento una respuesta directa a la visita del secretario de Guerra de Estados Unidos, Pete Hegseth, quien elogió al país por su combate al narcotráfico a la vez que se anunciaba el uso del espacio aéreo de República Dominicana y dos de sus aeropuertos en la lucha del gigante del norte en contra del narcotráfico.
Desde su llegada al poder en 2020, el gobierno de Abinader delimitó su política exterior anunciando su intención de tener una relación preferencial con Estados Unidos, una decisión que si bien es lógica (por razones de proximidad, intercambio comercial y cercanía cultural) no cayó bien del todo en algunos sectores a la vez que otros abogaban por un comportamiento más moderado.
Mejía, se encontraba entre los primeros y sus últimos días como ministro del gobierno del PRM, se los pasó cuestionando con rudeza las decisiones emanadas del gobierno dominicano en materia de política exterior que incluyó un distanciamiento abismal con Venezuela, tras las elecciones de ese país en el que Maduro se impuso en medio de fuertes cuestionamientos internos y externos en unos resultados, en los que nunca se evidenciaron las actas.
Posteriormente República Dominicana a la par de las intenciones de Estados Unidos declaraba que el régimen de Maduro constituía una camarilla de narcotraficantes a los que se les empezó a llamar por el mote del Cartel de los Soles y que enfrenta una embestida militar del norte que ya acumula más de sesenta fallecidos y un despliegue en aguas del Atlántico nunca antes visto en la historia moderna y con luz verde para maniobrar en Venezuela.
Es bajo este escenario de evidente peligro, en el que Mejía se deja grabar por personal de confianza de Maduro.
Este jueves, Mejía concedió una entrevista en el programa radial Esto No Tiene Nombre donde ofreció detalles del momento que revivió su figura política por algunas horas en el selvático escenario digital.
El dirigente explicó que su visita coincidió con dos momentos: el cumpleaños de Maduro —un ritual que dice acompañar desde hace una década— y una inauguración de hospitales donde, según relató, el propio presidente venezolano destacó la presencia de 37 dominicanos que realizan especialidades médicas en ese país.
No dijo mucho. Se limitó a reproducir el contenido del video en el que hablan de Juan Pablo Duarte, de su muerte en Caracas y de la posibilidad de rescatar la vivienda donde vivió el prócer para convertirla en museo binacional.
Siguió replicando el contenido del video afirmando que Maduro maneja su propio vehículo, in escoltas visibles, se detiene a tomar café en una esquina y que Caracas disfruta de una romántica navidad que fusiona con restaurantes llenos, vida nocturna activa y un ambiente festivo.
Lo que dijo en la entrevista
Mejía inició su argumentación separando “dos debates distintos”: Venezuela por un lado y la República Dominicana por otro. Para él, el anuncio del presidente Luis Abinader —permitiendo a Estados Unidos utilizar áreas restringidas de la Base Aérea de San Isidro y del Aeropuerto Internacional de las Américas en operaciones contra el narcotráfico— no es una política técnica, sino un “punto de quiebre”.
El dirigente izquierdista sostiene que el país repite patrones históricos de subordinación.
Evocó las intervenciones militares estadounidenses de 1916 y 1965 y acusó al Gobierno dominicano de facilitar un “cerco militar” en el Caribe cuyo verdadero objetivo no sería el narcotráfico, sino Venezuela.
Por eso, a su juicio, “lo que está en juego es la autodeterminación”. En su lectura, el cambio de postura oficial —desde declarar al Cartel de los Soles como organización terrorista hasta ceder infraestructura estratégica a Washington— forma parte de una escalada que compromete a la República Dominicana en una posible confrontación.
Mejía secundó a los juristas que han advertido que la decisión debió pasar por el Congreso, en virtud de los artículos constitucionales que regulan la presencia extranjera en infraestructura militar o civil.
Sin embargo, para él, antes que un problema técnico, se trata de un asunto de dignidad nacional:
“No hay que ir a Harvard ni a la NASA para entender que esto es soberanía”, afirmó, deslizando que el Gobierno dominicano se coloca como pieza auxiliar en una estrategia de presión militar contra Caracas.
Para Mejía, el despliegue militar de Estados Unidos en Trinidad y Tobago, Puerto Rico, Guyana y ahora la República Dominicana, no es casualidad.
Lo interpreta como una ofensiva estratégica cuyo objetivo último sería un “magnicidio selectivo” o un golpe quirúrgico contra la cúpula venezolana.
Asegura que el estigma del “Cartel de los Soles” es parte de ese relato justificativo y que el blanco real de Washington no es Venezuela como territorio, sino Nicolás Maduro como figura cohesionadora.
En su entendimiento, la presión internacional busca “crear condiciones globales” para que una eventual acción militar sea asumida como legítima.
La conversación cerró con el matiz que Mejía intenta sostener como hilo conductor: la defensa del diálogo.
Aun en medio de sus advertencias, insistió en que hay señales de distensión, como el retiro del portaaviones estadounidense Gerald Ford y la supuesta existencia de contactos entre Maduro y Donald Trump.
Mientras tanto, dice, los venezolanos viven entre la vida cotidiana y la preparación.
Un país que entrena civiles, activa su fuerza militar y al mismo tiempo enciende luces navideñas.
Un Caribe que observa, un tablero que se mueve y una pregunta que queda abierta:
¿Dónde termina la diplomacia y dónde comienza la presión militar en esta nueva reconfiguración regional?
Y en medio de todo, la imagen: Miguel Mejía en el asiento del copiloto, Caracas detrás del vidrio, y Nicolás Maduro al volante.