Por: Sharlyn Rodríguez
Hace días recibí una imagen por las redes sociales que decía: “Se buscan recién egresados con 6 años de experiencia, 3 medallas olímpicas y al menos 2 súper poderes”.
Sí, nos da risa, pero es verdad.
Me vuelve a la memoria mi primer trabajo: yo con 17 años, un semestre en la universidad y Doña Nerys me da la oportunidad de trabajar en su oficina. Ahí estoy, el primer día, con una chaqueta prestada de mami más grande que yo al menos dos tallas, sin saber cómo tomar una llamada o atender a un cliente. Convertida esa mañana en la “secretaria”. Las manos sudorosas, la voz entrecortada: ¡qué nervios! Hola, primer día de mi vida laboral.
No dejo de reconocer un solo día la suerte que tuve. Fui recibida por personas extraordinarias que me enseñaron a trabajar, me impusieron retos, con paciencia confiaron en mis capacidades, sobre todo las humanas y, llegada la hora, me ayudaron a dar el próximo paso profesional.
Este año escolar egresarán de nuestros bachilleratos más de 130 mil jóvenes; una buena parte continuará avanzando a la educación superior. Algunos privilegiados no tendrán que plantearse todavía el reto de ingresar al mundo laboral, pero prácticamente todos serán capaces y desearán iniciar a trabajar. ¿Podrán conectar con espacios de trabajo decente? ¿tendrán “suerte” como yo? Creo que necesitamos más “doñas Nerys” en nuestro país. Personas, empresas, que apuesten a la juventud y que estén dispuestas a dar cabida al talento en bruto, así como lo hicieron conmigo.
Crear las condiciones favorables para el primer empleo es responsabilidad de toda la sociedad. Ciertamente, contar con marcos legales y políticas públicas que incentiven a las empresas a recibir a jóvenes en su primera experiencia laboral son acciones que contribuyen a crear dichas condiciones. Pero en última instancia necesitamos la contar con la voluntad y la apertura del sector empleador hacia esos jóvenes que aún están en formación. A este que le toca brindar oportunidades para que los jóvenes puedan incorporarse al espacio de trabajo e invertir en ellos tiempo y dedicación, contribuyendo así en la formación de los profesionales del futuro. Al fin y al cabo, recordemos que, como planteó la OIT en su documento La crisis del empleo juvenil: Un llamado a la acción, “invertir en los jóvenes es invertir en el presente y en el futuro de nuestras sociedades”.
No hacer nada es una opción que conduce a la exclusión y la marginalidad: según un estudio del Banco Mundial de 2016 “Los ´Ninis´, la deuda pendiente de la exitosa economía dominicana”. uno de cada cinco de nuestros jóvenes de 15 a 24 años ni estudia ni trabaja. Las consecuencias de este fenómeno sobre la pobreza extrema y la seguridad ciudadana es algo que no nos podemos permitir.
Si rompemos, como sociedad, la barrera de la desconfianza hacia lo que el joven porta en su caja de competencias y estamos dispuestos a apoyar la formación a través del aprendizaje en el trabajo, sin duda veremos como nuestras acciones redundarán en beneficios de nuestra sociedad y en bienestar para todos. ¿No es eso lo que queremos?