Después del silencio: cómo respondemos al dolor que no entendemos

“Y Pedro salió fuera, y lloró amargamente.” -Lucas 22:62
Pedro no sabía si era el amanecer o el peso de la noche lo que le nublaba los ojos.
Había vuelto al mar.
Al viejo bote. A las redes vacías.
A esa rutina que conocía de memoria… como si pudiera olvidar lo que había hecho.
Negó al Maestro. Tres veces.
Y aunque lloró… no supo qué más hacer.
Así que regresó a lo de antes. A lo conocido. A lo que no pedía explicaciones.
Esa madrugada, mientras el viento le golpeaba el rostro, recordó las palabras: “Antes que el gallo cante…”.
Y aunque el gallo ya había cantado hacía días, su alma seguía repitiendo la escena como si no hubiese terminado.
Y así, como Pedro, reaccionamos muchos ante el dolor profundo:
Volvemos a la rutina. A fingir normalidad. A evitar el duelo.
No por falta de amor… sino por el exceso de culpa, de confusión, de miedo.
Lo mismo viven —en silencio— muchos de los familiares de quienes partieron en la tragedia del Jet Set.
Y también quienes han perdido a alguien sin despedida.
Porque hay silencios que no se llenan de palabras, sino de presencia y compasión.
Te invitamos a leer: Cuando Dios guarda silencio: el valor del Sábado Santo
Pedro: la culpa que paraliza y se disfraza de rutina
Pedro no solo perdió a su amigo, a su maestro, a su guía.
Pedro se enfrentó al rostro de su propia fragilidad.
“No le conozco”, dijo. Tres veces.
Y entonces, el gallo cantó… y Pedro lloró amargamente. — Lucas 22:61–62
Después del llanto, no vino la valentía.
Vino la evasión disfrazada de normalidad: volvió a pescar. A lo conocido. A lo viejo.
Como hacen muchos que han perdido algo esencial: volver a lo anterior para no enfrentar lo que ya no es.
Hoy, en la República Dominicana, muchos familiares de las víctimas del Jet Set cargan culpas silenciosas. No lo dicen, pero lo piensan:
— ¿Y si no la hubiera dejado ir?
— ¿Por qué no insistí más en que se quedara en casa?
— ¿Y si hubiera llegado antes… lo habría salvado?
— ¿Por qué no le dije lo mucho que lo amaba?
— ¿Por qué no respondí esa última llamada?
— ¿Por qué discutí con él justo ese día?
— ¿Pude haber hecho algo para evitarlo?
Esas preguntas no son racionales.
Son humanas.
Y también fueron parte de la Biblia.
Pedro también se preguntó:
“¿Y si no lo hubiera negado?”
“¿Y si hubiera sido más valiente?”
“¿Y si lo hubiera amado mejor?”
Porque el dolor de perder es una herida…
Pero el dolor de no haber amado lo suficiente antes de perder… es una herida que sangra en silencio.
El duelo no siempre grita: a veces se calla y se oculta
Según el estudio “Bereavement After Sudden Death” publicado por la Dra. Camille Wortman y George Bonanno en Journal of Traumatic Stress (2004, vol. 17, n.º 1, pp. 1–11), las reacciones ante pérdidas traumáticas como catástrofes o accidentes incluyen:
- Episodios de negación activa (volver al trabajo sin procesar).
- Culpabilidad persistente.
- Retraimiento afectivo.
- Síntomas depresivos ocultos tras funcionalidad aparente.
El 23% de los familiares de víctimas de tragedias colectivas desarrollan duelo complicado o patológico, según el National Center for PTSD. Y más del 40% siente, durante meses, que «pudieron haber hecho algo«.
Pedro no fue un caso aislado.
Pedro fue todos nosotros cuando sentimos que fallamos al amor justo antes de perderlo.
Te invitamos a leer: El sentido del sufrimiento: la cruz como mapa interior
Cuando el alma calla… el cuerpo actúa como si nada
Tomás se ausentó.
Los de Emaús se alejaron.
Los otros se encerraron.
Cada uno reaccionó de forma distinta.
Como hoy: hay quienes lloran abiertamente. Hay quienes no dicen nada, pero cargan piedras en el pecho.
Según la Organización Mundial de la Salud (Informe OMS 2021 sobre trauma colectivo), tras eventos trágicos:
- El 37% de los afectados tiende a refugiarse en actividades automáticas.
- El 19% desarrolla culpa relacionada al “síndrome del sobreviviente”.
- Solo el 12% accede a espacios de contención emocional en los primeros tres meses.
Es decir: el silencio puede parecer paz, pero a veces es solo dolor sin nombre.
La esperanza también puede nacer del error
Jesús no volvió con reproches.
Volvió con pan. Con ternura. Con presencia.
Y fue en la orilla, cuando Pedro volvía a pescar sin éxito, que Jesús le habló de nuevo:
“Simón, hijo de Jonás… ¿me amas?” -Juan 21:15
Fue la culpa la que lo hizo huir.
Pero fue el amor el que lo hizo volver.
Así también, los que hoy viven en luto, culpa o silencio tras la tragedia, necesitan presencias que no juzguen, sino que pregunten con ternura:
– ¿Todavía quieres amar?
– ¿Todavía estás dispuesto a volver a comenzar?
Conclusión: no todos entienden el duelo, pero todos podemos acompañarlo
No todos reaccionamos igual ante el dolor.
Y está bien.
Lo que no está bien… es no dar espacio a que el alma hable.
Jesús esperó.
Jesús volvió.
Jesús restauró a Pedro no con doctrina, sino con pan compartido, con una fogata encendida, con una pregunta suave.
Hoy, nosotros podemos ser esa brasa encendida para otros.
Porque también en el silencio, en la culpa, en la pérdida…
se aprende a ser feliz.
Y aunque volvamos al mar sin éxito, aunque el dolor nos nuble el rostro,
el resucitado sigue apareciendo en las orillas de nuestras vidas… para decirnos que todavía hay pan. Y todavía hay misión.
Te invitamos a leer: Jesús: El símbolo humano del amor incondicional
Etiquetas
Yovanny Medrano
Ingeniero Agronomo, Teologo, Pastor, Consejero Familiar, Comunicador Conferencista, Escritor de los Libros: De Tal Palo Tal Astilla, y Aprendiendo a Ser Feliz
Artículos Relacionados