El desempeño económico de República Dominicana antes, durante y después de la pandemia recibe frecuentes elogios de organismos internacionales, entidades financieras y grandes inversionistas.
Nos ven como una economía robusta y resiliente. Y sus opiniones las sustentan en estadísticas y realidades, muchas de ellas menospreciadas en el patio.
Leer un informe elaborado por técnicos del prestigioso banco norteamericano Bank of America debe llenar de satisfacción a los dominicanos, pues confirma que en medio de un entorno internacional hostil el país ha logrado sobrellevar satisfactoriamente la economía.
De igual manera, disfrutamos de una estabilidad social y política verdaderamente envidiable en la región.
Sin embargo, la mala costumbre del pesimismo histórico del pueblo dominicano no permite que nos veamos como los otros nos ven y que aprovechemos al máximo esas valoraciones que al final de cuentas atraen inversiones y generan empleos.
Muchos prefieren seguir mirándose la cola, mirar solo el lado oscuro de la luna, mientras otros nos ven con admiración.
La economía dominicana se mantiene robusta y en crecimiento, condiciones indispensables para alcanzar el desarrollo.
Nos falta trabajar en el mejor aprovechamiento de esas riquezas creadas y la distribución equitativa del bienestar para que no llegue el desastre populista que ha destruido a muchos países de la región.