Cuando una persona es notable debido a su prominencia en los deportes o el arte popular, debe de poner una atención especial sobre su comportamiento privado, aunque resulte paradójico.
Sí, porque algunos de estos ídolos de masas quieren en ocasiones hacer una separación entre la vida del héroe del momento, sobre el que cae la atención, y su vida cuando no está a la vista de los otros.
Ciertamente, son dos aspectos diferentes. Sobre el primero se supone que pueden tener algún grado de derecho admiradores y seguidores, y sobre el otro no.
Y escribimos se supone porque, bien visto, quien hace fama, fortuna y prestigio sobre la base de la vida pública, no debería levantar una barrera absoluta para esconder su vida privada, por lo menos no debe hacerlo cuando confronta la moral social, para la que puede ser de mucha utilidad un comportamiento adecuado.
A veces la expresión privada del comportamiento entra en contradicción nada menos que con la ley, ante la que todos debemos inclinarnos respetuosos, si hemos de vivir en una sociedad sin grandes dificultades y conflictos.
Es el caso de la minoridad, que entre nosotros se extiende hasta que se tienen los 18 años cumplidos, y la necesidad de protección que le ha reconocido el legislador a quienes atraviesan esta etapa de la vida, por razones de inmadurez para tomar decisiones inteligentes, o apropiadas, si se quiere.
Cuando el trato de un menor de edad tiene lugar con un adulto, la ley no admite términos medios y esto tiene que ser entendido inclusive por las personas de gran notoriedad.
Un adolescente, hembra o varón, tiene que ser tratado como tal, porque carece del nivel apropiado de discernimiento para entender y de la madurez mínima del carácter para afrontar consecuencias. Si esto no puede ser entendido e integrado al sentido común, hay que hacerlo entender como manda la ley.