«Cómo llegué a adorar la soriasis que casi me mata»
Me desperté y grité. Mi piel ardía. Estaba al rojo vivo y sentía como si me quemara de adentro hacia afuera pero también estaba congelada y me castañeteaban los dientes.
Sabía que algo estaba seriamente mal.
Mi mamá me llevó directamente al hospital, donde los doctores me dijeron que mi cuerpo había entrado en un estado de shock.
Cuando desperté, me informaron que sufría de soriasis eritrodérmica, una enfermedad cutánea muy rara y peligrosa. Si no hubiese ido al hospital cuando lo hice, podría haber muerto.
De por vida
Había cumplido 21 cuando eso sucedió el año pasado y ya llevaba viviendo con soriasis durante cinco años.
El Servicio Nacional de Salud de Reino Unido (NHS, por sus siglas en inglés) describe la soriasis como «una enfermedad cutánea que produce erupciones rojizas, granulosas y costrosas en la piel, cubiertas de escamas plateadas».
«En algunos casos, las erupciones pueden causar escozor o dolor», señala.

Había vivido con esa realidad desde que descubrí un curioso salpullido rojo en mi estómago a los 16 años.
Finalmente, a los 18, un dermatólogo me diagnosticó: sufría de la enfermedad incurable de soriasis, que la tendría de por vida.
La odié, en un principio. La escondía tanto como podía y ensayé tratamientos ligeros que, aunque pueden servirle a muchas personas, empeoraban mi estado.
Terminé con quemaduras y llagas abiertas por todo mi cuerpo. Cuando hacía cualquier movimiento, mi espalda se resquebrajaba y sangraba.
El desconcertante prurito braquiorradial, la desesperante picazón en los brazos que confunde a los médicos
Era insoportable. Recuerdo un doctor diciéndome que parecía como si hubiese sido arrollada.
«Como una leprosa»
A la larga, me dieron un medicamento que me despejó la piel pero quedé con manchas blancas que parecían un poco a vitíligo.
La gente me miraba, señalaba y hacía comentarios desagradables.
Una noche estaba saliendo vistiendo una falda corta y una camisa escotada, cuando un chico me señaló y le comentó a su amigo: «Mira ese bronceado tan repugnante».

En su peor estado, cualquier movimiento puede hacer que las lesiones se resquebrajen y sangren.
En otra ocasión, estaba en bikini en la playa cuando una madre agarró a su hijo para alejarlo de mí diciéndole: «No te acerques a ella».
La gente cree que es contagioso. Señalan, susurran y miran fijamente. Te tratan como una leprosa.
Y los efectos secundarios eran horrorosos. Me sentía constantemente enferma y las funciones de mi hígado y riñones se dañaron tanto que lo médicos empezaron a preocuparse.
Hubo instancias en que me sentía como una completa basura. Pensaba, ¿por qué me está sucediendo esto? Pero llegué a un punto en que ya no me importaba.
«Cerezo en flor»
Empecé a revelar mi condición tan pronto conocía a gente nueva. De esa manera podíamos tener una conversación, las podía ilustrar sobre las cosas básicas -¡incluyendo que no es contagiosa!- y así podíamos seguir adelante.
Así desapareció la chica que supuso que los chicos ni siquiera querían tocarla y empecé a abordar el tema cuando salía con ellos.
