Sube el gas natural 600 % en el Reino Unido, 500 % en China y 225 % en EE. UU. Aumenta también el carbón 200 %. En comparación, el petróleo apenas se encareció 30 %.
El impacto del verano caliente del 2021 todavía no termina. Es un adelanto de los muchos desafíos que confrontaremos en la transición de largo plazo hacia un mundo descarbonizado.
El incremento en la demanda de energía convencional en Asia y Europa redujo las reservas de carbón y gas natural, elevando sus precios justo cuando se endurecen los recargos al costo de las emisiones contaminantes. Por si fuera poco, desde hace años viene cayendo la inversión en energía convencional.
Robert Armstrong reporta en el Financial Times que “las empresas están escuchando a los gobiernos” y también “a sus accionistas” quienes no quieren ya explorar nuevos yacimientos de carbón o de petróleo sino recuperar sus capitales.
Mientras la inversión en energías convencionales superó los US$400 mil millones en el primer semestre del 2014, a la fecha apenas supera los US$100 mil millones.
A menor inversión en exploración, menor oferta de combustibles convencionales. El alza en la demanda cuando cae la capacidad de oferta alimenta inevitablemente la inflación.
Para algunos la carestía acelerará la transición hacia las energías alternativas, haciéndolas más rentables en términos relativos. Para otros, se pone en juego el apoyo político requerido por la contención del cambio climático.
¿Preferirá el consumidor pagar más cara la energía durante la transición hacia un mundo más limpio? ¿Qué tan largo será el camino hacia la descarbonización?
La transición no depende sólo de los precios, sino de la propia capacidad de oferta de las energías alternativas.
De las disponibles, sólo la nuclear ha demostrado poder suplir confiablemente energía de base a las redes eléctricas de los países donde opera sin emitir gases con efecto invernadero.
El hidrógeno verde, obtenido de la electrólisis del agua usando energías renovables para luego alimentar pilas de combustibles (fuel cells), dista mucho todavía de ser rentable y de ser una alternativa factible a corto plazo.
Las demás (eólica, solar…) seguirán jugando un rol intermitente mientras no haya suficientes bancos de baterías para acumularlas o redes de transmisión para integrarlas. Hasta entonces, no podrán reemplazar confiablemente la energía de base que actualmente suplen el carbón, el gas natural o los derivados del petróleo.
La experiencia francesa fue una alerta temprana para el mundo.
Elevar los impuestos a los combustibles para financiar el costo de la descarbonización antes de contar con la infraestructura de transportes requerida provocó la ira de miles de manifestantes en chalecos amarillos, por el efecto de dichos impuestos sobre la movilidad de los residentes en suburbios.
La respuesta fue adaptar la red de transportes, permitiéndoles eventualmente prescindir del carro en sus traslados laborales.
La resiliencia energética del mundo demanda un sistema en el que aumentos en la demanda no encarezcan los insumos ni aumenten las emisiones. Tomará tiempo construir y poner a funcionar ese sistema. Por ello, la adaptación al cambio climático se presenta como la opción inevitable en una transición que posiblemente dure más de lo previsto.