No nos cansamos de decirlo: la mayoría de nuestros legisladores son unos desconsiderados que se aprueban ellos mismos leyes y reglamentos hechos a la medida para su propio beneficio.
El último episodio que corrobora esta afirmación es que la yipeta donde se encontraron los cuatro millones de narcodólares había entrado al país sin pagar impuestos, amparada en una exoneración de un diputado.
Como todo el mundo sabe, los diputados y senadores hicieron una ley que les permite importar durante su período electoral, libres de impuestos, dos vehículos, de cualquier marca, modelo o precio, lo que ya, de por sí, es un privilegio irritante e innecesario. Peor aún es el negocio que hacen nuestros legisladores al vender a terceros sus derechos de exoneración, como vulgares comerciantes.
Pues bien, esta vez el comprador fue alguien que necesitaba un vehículo de lujo para sus viles operaciones de narcotraficante. ¿Para eso sirven las exoneraciones de nuestros congresistas? ¿No les bastan los barrilitos, las dietas, los suplementos, los gastos de representación, las nominillas y los repartos del hombre del maletín? ¿Por qué no se aprovecha la reforma constitucional para corregir tales anomalías?
¡Coge ahí, papá!