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Coces contra el aguijón

Nassef Perdomo Cordero Por Nassef Perdomo Cordero
Nassef Perdomo Cordero
📷 Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Una de las características que definen la condición humana es nuestra perseverancia. Los seres humanos insistimos en lograr nuestros propósitos a pesar de los fracasos.

No es un cliché decir que nos levantamos luego de nuestras caídas, generalmente habiendo aprendido lecciones importantes. Ahora bien, esa virtud, llevada al extremo, puede devenir en defecto. Por ejemplo, cuando reiteramos procederes infructuosos que no tienen perspectiva de éxito.

Los dominicanos no somos ajenos a esto, y se puede ver claramente en la forma en que a veces denunciamos los problemas, pero insistimos en soluciones imposibles. Es lo que ocurre en el debate sobre la migración haitiana a República Dominicana.

Nadie puede negar que Haití está sumido en una crisis profunda, ni que es necesario regular la migración. Sin embargo, a partir de estas premisas, algunos machacan con porfía en propuestas que son quiméricas y extremistas. Y es que la migración a nuestro país tiene causas estructurales que no pueden desaparecer ni de un plumazo ni como consecuencia de un acto de voluntad. Eso es así, guste o no.

De ahí que es ilusorio pretender que República Dominicana deje de recibir inmigración haitiana. Ellos vienen porque necesitan venir, y los traemos —porque los traemos, de eso no hay duda— porque los necesitamos. Existen sectores importantes de nuestra economía que, en este momento, dependen de la mano de obra haitiana. Es perfectamente razonable sostener que esto debe ser corregido, pero no lo es asumir que la mecanización de las labores agrícolas puede lograrse a corto plazo.

Tampoco que será fácil convencer a dominicanos asumir empleos que han abandonado porque no les resultan atractivos, o en los que no tienen experiencia.

Lo que necesitamos es poner orden en nuestro sistema migratorio, no pretender que los inmigrantes desaparecerán y que por arte de magia ya no serán necesarios.

Es por eso por lo que resulta razonable la propuesta de un plan de regularización. Debe llevarse a cabo con orden, estar bien diseñado, atender a las necesidades e intereses del país y ser realista.

Claro que sería sólo el primer paso y que no servirá de nada a menos que se detenga el tráfico de personas en la frontera. Pero es un elemento necesario —aunque insuficiente por sí mismo— para solucionar el problema. No busquemos soluciones fantásticas, el realismo se impone.

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