La discusión de las últimas semanas sobre la reforma constitucional ha girado en torno a puntos relevantes para la ciudadanía, pero con un enfoque técnico que diluye su importancia para el porvenir de la democracia.
Uno de estos puntos es el relativo a la cláusula de intangibilidad, o cláusula pétrea, con la que se procura limitar el alcance futuro del procedimiento de reforma constitucional.
Las cláusulas de intangibilidad tienen como propósito impedir el uso de los mecanismos constitucionales para reformar uno o varios puntos de la Constitución.
Es mucho lo que se ha escrito en la teoría constitucional sobre esto, y mucho lo que puede decirse en nuestro ordenamiento jurídico, pero lo cierto es que lo buscado es perpetuar en el tiempo una decisión tomada, sacándola del debate democrático.
Thomas Jefferson, uno de los fundadores del constitucionalismo democrático, las rechazó en una carta a Samuel Kercheval de junio de 1816.
En ella Jefferson reclamaba el derecho de todas las generaciones a gobernarse a sí mismas, de adaptar las instituciones a sus realidades y opiniones particulares.
Es por esto que las cláusulas de intangibilidad son una herramienta que debe usarse lo menos posible, porque, como también decía Jefferson, tienen la vocación de hacer que los muertos gobiernen a los vivos.
Las cláusulas de intangibilidad contradicen el ethos del constitucionalismo democrático, que desde sus inicios se rebeló contra el mandato de los sistemas de gobierno fundados en la tradición.
La creación de las constituciones escritas fue producto de la necesidad de establecer nuevas raíces para el ordenamiento social y jurídico.
Como consecuencia, incluso los defensores de estas cláusulas como mecanismos de uso ordinario, reconocen que su contenido no es eternamente vinculante, sólo que para que el vínculo cese es necesario cambiar de Constitución. Es decir que, el destino de toda la Carta Magna queda atado al de las cuestiones que se quieren proteger.
Así las cosas, al introducir en estas cláusulas cuestiones muy puntuales, estamos arriesgando la estabilidad de todo un sistema.
Su consecuencia es que las cláusulas pétreas tengan un efecto directamente opuesto al buscado, y mucho más potente.
Las actuales generaciones debemos confiar en las que nos seguirán, y considerar que, llegado el momento, actuarán con la misma responsabilidad que les exigirán su tiempo y circunstancias.
No debemos decidir por ellas, como no aceptaríamos que decidieran por nosotros.