- Publicidad -

- Publicidad -

Ciudadanos de altura

La ciudad moderna nos ha impuesto un nuevo modo de vida que, muchas veces, no elegimos conscientemente.

Los rascacielos, las torres de apartamentos y los condominios han transformado el paisaje urbano, pero también la manera en que nos relacionamos unos con otros. Hace apenas unas décadas, la vida comunitaria tenía como escenario las calles abiertas, los parques de barrio, las aceras donde los vecinos se conocían por nombre y hasta compartían sus alegrías y tristezas.

Hoy, la verticalidad urbana ha cambiado esa dinámica: vivimos unos encima de otros, pero no necesariamente unos con otros.

La convivencia en edificios de apartamentos, que debería ser un ejemplo de organización y de solidaridad, suele convertirse en un terreno de conflicto. Los problemas por el uso de las áreas comunes, la falta de respeto al descanso de los demás, el manejo de la basura, los parqueos, el ruido y la seguridad son parte de un listado interminable que se repite en nuestras ciudades.

Lo que debería ser un espacio de cooperación se convierte en una fuente de tensiones, precisamente porque no hemos aprendido a trasladar al nuevo escenario vertical los valores de comunidad que antes nos sostenían en los barrios tradicionales.

No se trata sólo de nostalgia por lo que se perdió, sino de reconocer que la realidad actual exige un replanteamiento profundo. La vida en altura no desaparecerá; por el contrario, seguirá creciendo como respuesta a la presión demográfica, al encarecimiento del suelo y a la necesidad de densificar las ciudades.

De ahí que nuestra responsabilidad sea aprender a construir comunidad dentro de esta nueva forma de habitar. La verticalidad puede ser una oportunidad si logramos dotarla de reglas claras, de participación efectiva y de un verdadero sentido de pertenencia.

Lamentablemente, en muchos condominios se repite el mismo patrón: juntas de vecinos que existen sólo en el papel, asambleas que terminan en discusiones sin acuerdos, vecinos que prefieren ignorarse antes que enfrentar los problemas comunes.

Esta ausencia de cohesión comunitaria es caldo de cultivo para el deterioro físico de los edificios, la inseguridad y el aislamiento social.

En una época donde hablamos tanto de innovación, sostenibilidad y smart cities, es paradójico que la convivencia básica, esa que debería estar en el corazón de la vida ciudadana, sea lo que más descuidamos.

El desafío, entonces, no es únicamente arquitectónico o urbanístico. Es un desafío humano. ¿Cómo recuperamos el sentido de comunidad en un contexto donde el anonimato parece la regla? ¿Cómo fomentamos que vecinos de distintas generaciones, culturas y condiciones económicas puedan convivir sin convertir la vida en altura en un infierno cotidiano? Estas preguntas no tienen respuestas fáciles, pero sí demandan espacios de reflexión, diálogo y búsqueda conjunta de soluciones.

De esa preocupación nace la idea de abrir un debate amplio sobre la vida en vertical, no como un tema de especialistas, sino como un tema de ciudadanos.

El objetivo no es señalar culpables, sino proponer caminos. Y esos caminos pasan por fortalecer la educación ciudadana, promover el cumplimiento de normas claras, impulsar liderazgos responsables en las juntas de condominios, y sobre todo, rescatar la noción de que vivir juntos implica corresponsabilidad.

Si logramos despertar conciencia, ya habremos dado un paso importante. Si además conseguimos articular propuestas concretas que puedan replicarse en nuestras ciudades, habremos cumplido con el deber de no sólo diagnosticar los problemas, sino de empujar soluciones.

La convivencia es posible. La comunidad no se perdió, solo espera que volvamos a reconocerla y a cuidarla.

Porque la ciudad no se construye sólo de cemento y acero, sino de la voluntad de sus ciudadanos de vivir juntos. Y ese es, en el fondo, el gran objetivo que perseguimos.

Etiquetas

Artículos Relacionados