La carta fundacional del Estado, proclamada en San Cristóbal el día 6 de noviembre de 1844 contiene las claves de lo que querían los principales caudillos.
Fue redactada bajo la vigilancia de Pedro Santana, el hatero seibano que lideraba las fuerzas recogidas para sostener la separación, los nombres que le dieron al naciente Estado el perfil de una clase social particular y el tono ideológico conservador que tantos autores atribuyen al poder en el nacimiento de la República.
Juan Bosch, en una de sus obras más conocida, Composición Social Dominicana, dice de los terratenientes, que habían echado raíces desde antes de las despoblaciones y que en los años finales del siglo xviii “la fuente de autoridad en la sociedad seguía siendo la propiedad hatera” (Pág. 160, vigésima edición, 1999, Alfa y Omega).
En otro de sus libros, La Guerra de la Restauración, señala que para los días de la separación de Haití el pueblo dominicano tuvo un Estado hatero que murió en el acto realizado el día 18 de marzo de 1861 en el Parque Colón, de la Capital, (Pág. 420, Obras Completas, edición de Efemérides Patrias, 2009). Más adelante, al referirse a la muerte de Santana, ocurrida el 14 de junio de 1864, escribe: “Toda una etapa de la vida de nuestro país quedaba sepultada con los restos del marqués de las Carreras” (Pág. 529).
Aquel segundo ciclo, el de la consolidación, produjo el término jurídico de la condición dominicana. Hasta entonces se refería al criollo de la colonia española de Santo Domingo, a su entorno, a su cultura; al francés de la parte Este de la isla y al habitante originario de esta parte anexada por Haití en febrero de 1822.
La Constitución de San Cristóbal dice en su artículo 7° cuáles eran los requisitos para ser dominicano y en el artículo 8° señala quiénes eran hábiles para serlo. En el año 1854 hubo dos reformas. Una fue proclamada el 25 de febrero y la otra el 16 de diciembre.
En 1858 hubo otra reforma, la de Moca, de vigencia efímera, porque con la apropiación del poder por parte de Santana en 1859 impuso la vigencia de la segunda reforma del 54, con la que se sentía cómodo su espíritu de dictador.
A estas dos particularidades, la del perfil hatero del liderazgo por haber sido el origen de las primeras fuerzas en la lucha por mantener la separación, y la de acomodar la Constitución a los intereses del sector dominante, hay que agregar una tercera: los ideólogos de la independencia nada, o muy poco, pudieron hacer para determinar el rumbo económico, social y político de un pueblo que se había pasado 22 años como parte de Haití.
La República había podido sortear los intentos de someterla a un protectorado extranjero, pero había fracasado en integrar a todos los sectores a empujar en una sola dirección y terminó muerta en manos de Pedro Santana y su entorno.