El primer ciclo de la dominicanidad que vivimos, el de la nebulosa formativa, concluyó con el pronunciamiento del 27 de febrero de 1844. Desde entonces, donde había habido dominicanos a secas, se irguió el Pueblo Dominicano, que impugnó por primera vez el poder ejercido desde fuera, tuvo una constitución, base jurídica del Estado, lo que en términos técnicos marcó el establecimiento de la nación. Tenía, sin embargo, carencias formidables.
De acuerdo con Richard J. Gelles y Ann Levine, desde una perspectiva funcionalista, “las cinco instituciones más grandes en las sociedades modernas —familia, educación, religión, política y economía— desempeñan funciones sociales fundamentales” (Introducción a la Sociología, Pág. 173, 5ta. Edición, 1996).
En este segundo ciclo la familia dominicana había acogido la influencia de los 22 años de ocupación haitiana y mostraba un carácter consensual extendido.
Esta característica llamaría la atención de la ocupación española del 1861 y cinco décadas después de las fuerzas estadounidenses de 1916.
La educación corría por cuenta del núcleo familiar, los ayuntamientos la patrocinaban en algunos casos, las élites carecían de universidad y los pocos que alcanzaban niveles superiores de formación eran los enviados fuera del país. Los pobres de la base social eran analfabetas y lo eran muchos de los caudillos en este segundo ciclo.
La religión (católica, la única), que siempre ha sido compañera de ruta del poder a la dominicana, sufría carencias, distorsiones particulares que la hacían ineficaz para los fines de la orientación de la espiritualidad.
La política tendría que ser enfocada desde el punto de vista del poder y acaso, si se quiere complicar la ecuación, desde la perspectiva de conservadores y liberales, pero sin los matices ideológicos que puede atribuirles a estos conceptos hoy día un enfoque académico para diferenciar sistemas ideológicos; uno de ellos, el denominado conservador, veía la política a partir de la tutela extranjera, como había ocurrido desde los días germinales entre 1795 y 1821.
De la economía se puede decir que era de subsistencia, el comercio dependía del cabotaje de barcos extranjeros, el país carecía de industria y el sector predominante, el hatero y sus colaboradores, no tenía soluciones, pero se aferraba al poder. Los liberales no alcanzaron a gobernar, pero seguramente tampoco iban a tener una solución en vista de que las fuerzas productivas se correspondían con los siglos xvii y xviii.
El que antecede es un punto de vista a partir de una corriente sociológica. Hay otras perspectivas enriquecedoras, entre ellas la del conflicto, alrededor del marxismo, de la que puede tener un trasluz el que haya seguido con atención el pensamiento de Juan Bosch, con su gran capacidad de difusión y carácter pedagógico; el de Roberto Cassá, académico respetado, o el de Juan Isidro Jimenes Grullón, pesimista profundo.