La sociedad dominicana de hoy vive una democracia formal que, de sostenerse depurada de distorsiones, puede terminar como un rasgo cultural (Dios mediante). La democracia implica reglas del juego y procedimientos, ambos conocidos, para los efectos públicos de la vida.
Cuando empezó a formarse, la sociedad dominicana no podía ser democrática. Ninguna lo era en el entorno.
Vista desde una distancia superior a los 200 años, entonces, como hoy, cualquier forma democrática sana y eficiente tendría que estar apoyada en la participación del sector expandido entre los negros, el 25 %, y los blancos, el 12 %. ¿Cuál era este sector demográfico, no de clase? Los mestizos.
Desde la cultura formal y dominante, el dominicano siempre fue español, pero dentro de la mar común de la españolidad era peculiar frente otros criollos y, desde luego, ante los vecinos de al lado. Obligado a despertar, al principio vivió perplejo —como lo describe el padre Juan Vásquez en su quintilla—, pero unas décadas después fue capaz de apoyarse en su propia condición propugnada por Juan Pablo Duarte, y así ha vivido, en libertad, en la medida en que es libre el sujeto social.
A los censos de la época que muestran el extendido mestizaje del dominicano antes de que fuera pueblo y antes de que fuera nación, se les puede acompañar con datos de un estudio genético del siglo xxi del que da noticias la revista semestral Clío, sobre la presencia de genes mitocondriales —de las madres— aborígenes, que es del orden del 4 %; europeos, 39 % y africanos, 49 % (número 197, enero-junio de 2019, Págs. 193—220).
Como prueba del peso del mestizo en la vida nacional pueden ser señalados Buenaventura Báez y Francisco del Rosario Sánchez.
El papel de este Valle del Cibao de la sociedad (el mestizaje), tanto para el pequeño sector de los blancos, como para la cualificación de la vida de los negros, merece atención.
En la base económica del germen nacional había esclavistas, esclavos y mestizos. De estos últimos podían salir artesanos, empleados, comerciantes, vagos y algún profesional. En la cúspide estaba la política, ejercida desde fuera a través de representantes.
Hemos visto que el dominicano fue empujado hacia sí mismo con el tratado de Basilea, proceso profundizado con la invasión haitiana. Librarse de la españolidad, sin embargo, le resultaría difícil al bloque étnico más pequeño, el de los blancos, que 17 años después de la independencia le dio muerte a la nación y arrojó al pueblo de vuelta a la condición española, en la que viviría cuatro años y cuatro meses, la mitad de ellos muy sangrientos.
Treinta y nueve años antes, con el discurso de Núñez de Cáceres frente a Boyer del 9 de febrero de 1822, había empezado, a la fuerza, la experiencia americana de la dominicanidad germinal, en la que viviría 22 años.