“¡Chofer, chofer, tíralo en la recta de Azua a este azaroso…!”

“¡Chofer, chofer, tíralo en la recta de Azua a este azaroso…!”

“¡Chofer, chofer, tíralo en la recta de Azua a este azaroso…!”

Cuando subí a la “guagua” de transporte público que me llevaría a mi pueblo, tuve la agradable sensación de ser recibido con canciones de la mexicana Ana Gabriel, y por pasajeros que según observé, disfrutaban hasta lo indecible la música de esta artista, así como de una y otra bachata.

Había tomado una guagua de “la ruta de Neyba” que como hacía una parada en Tamayo, decidí irme en la misma, total, tenía ansias de llegar a mi comunidad y encontrarme con la familia y amistades.

“Sabes, pasa el tiempo y no te veo

Cada vez está más lejos y yo busco mas de ti

¿por qué?

Sabes, yo pensé que era más fácil

olvidar tu forma frágil

de siempre dar sin recibir

Sooolo tú (coro suave)

Eres tú que me iluminas

mi pequeño talismán…”.

…”Ven que quiero estar contigo

Ven y calma esta ansiedad

Vuelve y sálvame que muero

en esta soledad que causa este dolor

a mi vida….” (canta Ana Gabriel).

Me deleité escuchando estas canciones que llegan hasta “el tuétano” en los corazones débiles, a los cuales causan elevadas dosis de melancolía. Mi frágil corazón, por tanto, recibía una elevada descarga  tristona difícil de afrontar sin que afloren dulces y cálidos recuerdos.

El “amargue” es parte de la cotidianidad de las comunidades del Sur Adentro, lo que yo atribuyo al constante sufrimiento que viven los habitantes de esta zona. Allí no se facilita nada, todo se consigue a puro afán. Y hasta el agua de beber –que muchos todavía toman de ríos, canales y regolas contaminados-, sin contar otras necesidades, se dificulta, pese a que son gentes trabajadoras y afanosas, con acerada voluntad de crecimiento.

Muchos escapan al exterior en busca de mejor suerte. Somos grandes suplidores de emigrantes a España y otros países europeos. Cargan impávidos, en sus hombros de viajeros, sus melancolías, sus amarguras y sus sufrimientos que se reflejan en un lamentable conformismo:

-“Esta es la voluntad de Dios, el Señor sabe cuándo nos traerá la suerte”, expresó “Pedacito” resignada a “su mala suerte” después de haber “parido” a 15 muchachos y solo lograr criar diez porque los otros cinco murieron durante el parto o de raquitismo.

-“Si Pedacito hubiera hecho todos sus partos con Doña Julia Santana sus hijos no se les mueren”, decía Manuela refiriéndose a “Doña Julia Metí”, una consagrada mujer que fue partera de casi todos los niños de la población de Tamayo y zonas aledañas (incluyéndome a mí) por cuya razón el hospital local, en justo reconocimiento, lleva su nombre.

La resignación de los moradores de estos pueblos no es una opción, sino un hecho consumado por las circunstancias. La indiferencia y abandono por parte del Estado, la desidia de inversionistas que se aposentan en la zona a succionar sus riquezas, mientras dejan a estos pueblos en esta terrible miseria, hablan por sí solas. ¿Ha escuchado alguien un plan social puesto en marcha por la industria azucarera (Ingenio Barahona) para cambiar el nivel de vida de sus trabajadores? ¿Se benefician los moradores de Las Salinas de la rapaz explotación de su recurso infinito de sal y yeso? Ni decir de otras inversiones que existen en la zona pese a lo cual la miseria campea y sigue allí acompañada de la guadaña de la muerte.

-“La riqueza histórica extraída de la zona ronda los cientos sino miles de millones de pesos. Saque cuenta para que tú veas”, me sostenía un sempiterno militante de izquierda.

-“En esa industria azucarera mi tío Cornelio y sus hijos dejaron “el cuero”, y murieron en la miseria; ya no quedan ni rastros de ellos”, apuntó. Y a seguidas, agregó: “Eloy, su hermano, se salvó de esa porque se hizo el primer mecanógrafo del pueblo y echó su vida como secretario del ayuntamiento”.

Rondaban los años ochenta y yo, después de cierto tiempo, había decidido visitar a mi familia. Por eso tomé el autobús de Neyba donde seguía escuchando de manera incesante las canciones de Ana Gabriel. Mi pensamiento se remontó, en tanto escuchaba aquella música lastimera, quejumbrosa y romántica, a los muchos emigrantes de mi pueblo, no solo en mí caso que fue a la ciudad capital, sino a aquellos que se fueron a “playas extranjeras”.

Algunos se marcharon a Nueva York  y otras ciudades de Estados Unidos, pero otros, el gran grueso, emigraron a Europa, especialmente a España,  desde donde envían remesas para ayudar a los suyos y contribuir a la construcción de confortables viviendas que sustituyen a los viejos “ranchos” de sus padres y abuelos. Pese a las “duras faenas” a que se someten estos emigrantes, sacan tiempo para libar las “bebidas criollas” que les llegan desde Santo Domingo, mientras escuchan sus inseparables merengues y bachatas.

Con las bachatas los habitantes del “Sur Adentro” viven la amargura y la nostalgia que le acompaña como parte de su idiosincrasia, aunque manifiesten, de vez en cuando, algunos hálitos de alegría que sacan desde sus entrañas, desde muy adentro de sus corazones. Un ambiente similar disfrutamos en la guagua que nos llevaría a nuestro destino. Cuando llegó la hora de salida, el conductor se montó y tomó el timón del vehículo, a la vez que, “ni corto ni perezoso” sacó un “pote de ron” de al lado de su asiento y se dio un voluminoso “petacazo”.

-“¡Vámonos con Dios,  vámonos con Dios!”, decía mientras se “embicaba” de la botella de ron y subía a todo volumen el CD de los éxitos de Ana Gabriel.

Todo iba bien hasta después de pasar por San Cristóbal, Baní y tomamos la ruta de Azua. El alcohol comenzó a hacer sus efectos en el chofer, el cual  aceleraba al mismo tiempo que subía el volumen de la música. Se me ocurrió decirle que si era posible, por favor, bajara un poco el volumen de la música. Ya me sentía cansado por el incesante canturrear de la “ronquita de México”, lo cual, aunque en un principio me era agradable, había llegado el momento en que sentía que me hartaba de las tantas repeticiones de estas canciones durante más de dos horas de carreteras.

A coro los ocupantes de la guagua “me salieron al paso”, respondieron que si no me sentía a gusto que me bajara. El conductor respondió dándose otro trago y subiendo aún más el volumen.

-Aquí se hace lo que digan los pasajeros”, me vociferó en medio de estruendosas carcajadas. –“Si él no quiere oír la música que se baje de la guagua”, expresó un pasajero.

Cuando llegamos a la tradicional Parada del Cruce de Ocoa,-la primera y única entonces y que tiene operando más de 60 años en el cruce San José de Ocoa-Azua- los pasajeros bajamos de manera atropellada. Íbamos,  algunos a los baños y a almorzar, mientras otros compraban dulces rellenos de coco, guayaba, naranja y cajuiles; adquirían frituras y golosinas, casabes y canquiñas. Compré dulces y canquiñas para llevar a la familia y a los sobrinos. Para comer, adquirí par de manzanas y uvas.

Los platos de yucas y guineítos con salchichón (salami en rueditas) o con huevos fritos que se venden allí son proverbiales por la gran cantidad de grasas que tienen, pero que son comidas predilectas para estos viajeros.

En la guagua alguien se fijó en lo que yo iba comiendo: –“¡Miren lo que va comiendo “el pueblita” pa´privá en fino, ese asqueroso!”, dijo. Me mantuve en silencio y seguí comiendo mis frutas.

Cuando de nuevo tomamos carretera, el chofer, de espectacular barriga, tan grande que era visible que esta hacía extremada presión a los botones de la corta camisa que mostraba el ombligo “de tetera” en su abdomen, se notaba irremediablemente borracho. Subió al vehículo y en una de sus manos llevaba un abultado plato de monsergas con chicharrones de cerdo, longanizas, plátanos fritos que chorreaban grasas quemadas, y una buena carga de salsa de tomate. Todo esto acompañado de un litro de Coca Cola y la botella de ron casi vacía.

La mayoría  de los pasajeros, por lo menos los hombres, subieron al vehículo con sus potes de ron, los cuales destaparon desde que pusieron sus traseros en los asientos.

El conductor avanzaba a toda velocidad. Con razón cuando ocurren accidentes catastróficos en la carretera del Sur, casi siempre involucran a estas guaguas de transporte de pasajeros y a los camiones de carga. He pensado que son pocos frecuentes en la zona, cuando ocurren se producen cantidades lamentables de muertos y de inválidos.

La conducta de este conductor puede ser una explicación para conocer la causa de este mal, razoné mientras degustaba la manzana.

La música seguía imparable. Las canciones de Ana Gabriel se repetían de manera incesante. Volví a reclamar al chofer por lo que consideré un exceso de ruidos –música a todo volumen y este grupo de personas hablando casi todos al mismo tiempo. Pienso ahora que eso fue un error de mi parte. Se armó una protesta generalizada y hasta haitianos que iban allí en una pequeña cantidad, se sumaron al masivo repudio.

-“¡Chofer, chofer, tira este azaroso en la recta de Azua para que no joda tanto!”, expresó uno de los ocupantes del raudo vehículo.

Al escuchar la inaudita expresión, pensé de inmediato en la brusquedad de la caída de mi cuerpo indefenso, a gran velocidad, en la orilla de esta vía forrada de piedras filosas, matas de guazábaras y otras plantas punzantes. Era entre las doce y una de la tarde, el sol que estaba que quemaba en esta recta con rayos incandescentes que hacían salir de la carretera, imágenes con de vapores en esta tierra en extremo seca. Me visualicé tirado al final de la “reta de Azua”, en las proximidades del lugar del “desembarco de Caamaño el coronel de abril”, en medio de un suelo candente y pinchado por miles de punzantes espinas de las temibles guazabaras.

Ante tan apremiante situación, opté por hacer mutis y sumergirme en mi propio silencio. Cuando llegamos a Tamayo, bajé rápido de la guagua en la esquina del parque de la calle Duarte, casi frente a la iglesia católica y al lado de la academia de música donde estudiaron Cheo Zorrilla, Benny Sadel, Fernando Arias, Momento, Milton el trompetista de Sergio Vargas, Ramón, Melton Pineda, Osvaldo Santana, José Reyes y otros músicos del lugar. Tomé mi bulto y cuando procedí a caminar para acudir hasta donde mi familia, alguien desde el autobús ya en marcha hacia Neyba me vociferó:

-“Por fin bajaste de la guagua, buen bolsú…”.



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