Santo Domingo. – Hace 11 años, justamente, no le veíamos la cara. Esta enfermedad viral transmitida por los mosquitos Aedes aegypti y Aedes albopitus, los mismos demonios que transmiten el dengue y el zika, la tenemos de nuevo con nosotros.
Debutó en la tarima epidemiológica dominicana con un gran brote en el año 2014, cuando el país se enfrentó a una epidemia masiva que afectó a medio millón de personas, en pocos meses.
Fue, en ese entonces, el brote más grande de América Latina, gracias a ese inefable virus que se detectó por primera vez en Saint Martin en 2013 y se propagó rápidamente por la región.
En ese entonces, el sistema de salud dominicano se vio presionado por la magnitud de los casos, con hospitales abarrotados y una alta demanda de atención primaria.
Y, de recordatorio, la Sociedad Dominicana de Pediatría, plantó armas a esa feroz epidemia que no tuvo reparo en edades y le dio con un bate a los niños, niñas y adolescentes.
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Entre el 2014 y el 2015 tuvo una tasa cercana al 30 por ciento de la población que afectó, con un incómodo impacto en ausentismo laboral, presión sobre el sistema sanitario y costos en fumigación y campañas de prevención.
Desde entonces su sol no nos daba, pero estaba ahí, acechando como hombre bajo la ventana de la mujer infiel, como amenaza regional.
El Ministerio de Salud confirmó tres casos en el país, todos procedentes de Cuba, llegados a través de viajeros llegados desde la vecina nación caribeña, donde el brote está prácticamente sin control.
La preparación y vigilancia son claves para evitar nuevas epidemias. Hoy, aunque los casos son importados, la memoria del brote de 2014 sigue siendo un recordatorio de la vulnerabilidad frente a los virus.