Chile toma las riendas
El domingo recién pasado fue una jornada histórica en Chile. Por abrumadora mayoría, los chilenos que acudieron a votar en el referendo aprobaron la eliminación de la Constitución de 1980 y la instalación de una asamblea constituyente elegida por voto popular.
e trata, sin dudas, de un hito en la historia de ese país, puesto que brinda a los chilenos la oportunidad de cerrar -por lo menos en términos jurídicos- la herida abierta por el golpe de Estado contra Salvador Allende en 1973.
No olvidemos que la verdadera razón por la que el pueblo chileno ha sido un ejemplo para América Latina es por haber logrado sobreponerse a todos los obstáculos puestos en su camino por el régimen dictatorial, y por regalarle un hermoso “No” a las democracias del mundo en 1988.
Repudiado por un pueblo que sólo pudo gobernar gracias a la felonía, la cobardía y la traición, Pinochet no pudo resistir la presión interna e internacional para que renunciara.
No podía ser de otra forma, aunque quisiera, porque el panorama internacional no se lo permitía: ya empezaba a sentirse la ola de libertad que bañó a Europa del Este un año después, y la permanencia del símbolo más notorio de las grotescas dictaduras latinoamericanas hubiera dificultado la tan necesaria transición del bloque soviético hacia la democracia.
Pero el dictador no se marchó tranquilo. Dejó, entre otras cosas, una Constitución aprobada en 1980 mediante un plebiscito celebrado en un ambiente de represión. Aunque fue perdiendo fuerza a golpe de modificaciones, esa Carta Magna siguió proyectando su sombra sobre la democracia chilena.
Gravitación que no cesó ni siquiera a la muerte de su dueño fallecido en libertad tras haber escapado de las manos de la justicia española, no sin antes presentarse como un ser patético y digno de pena ante el sistema de justicia inglés. El dóberman mostró una catadura muy inferior al objeto de su traición.
Por supuesto, este es sólo el primer paso, ahora viene la parte difícil. Las constituciones democráticas deben ser fruto de un proceso muy profundo de discusión. Chile está ante lo que Ackerman llama un momento constituyente, y los resultados en un sentido u otro no están garantizados.
Pero en el reto radica la oportunidad. Los chilenos pueden ahora discutir el país que quieren sin una bota en el cuello, y libres también del legado constitucional de la dictadura.
Parafraseando al poeta William Ernest Henley, por fin Chile es amo de su destino, es capitán de su alma.
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