
“Algo acontecerá”. La frase de Cesare Pavese (1908-1950), servirá para comprender la fractura interior del desarraigo, de un pueblo que jamás imaginó que, en casi veintiséis años, la tierra los alejará y decide que hay retomar con los hijos a vivir por el mundo.
Gracias a este autor italiano, quien vivió en un ambiente de dictadura fascista, vamos a tratar de conocer el gigantesco teatro político y social donde con mayor frecuencia que en otros países, se puede recitar el drama de todos los venezolanos: el exilio.
Al final de la primera guerra mundial, Venezuela era uno de los países más pobres y atrasados de la América del Sur, en su mayor parte campesinos, con una exportación moderada de café y cacao que no sobrepasaba los veinte millones de dólares anuales y con un presupuesto de un monto equivalente.
Pero, entre 1973-1984, Venezuela recibió, sólo por concepto de la explotación petrolera, más de 200 mil millones de dólares; impulsó la industrialización europea y atrajo cuantiosas inversiones a la región.
La danza de los dólares venezolanos, no surtieron efectos en el modelo económico, y la incapacidad de los gobiernos para organizar servicios públicos adecuados (escuelas, hospitales, servicio de agua, oficinas públicas, el correo, teléfonos) funcionaron de manera medianamente aceptable, y cada vez menos.
Y la democracia venezolana se tornó dramática, teniendo como única causa y raíz de todos los males, el mal uso y el despilfarro generalizado que los gobiernos sucesivos han hecho de la inmensa riqueza que el petróleo le ha producido al país: el petróleo venezolano, proporcionalmente uno de los más ricos del mundo, lo que fue dejando crecer fue la población marginal y la pobreza, que hoy alcanza a no menos de la mitad de la población.
Y aconteció la insurrección militar del 4 de febrero de 1992, como un caso más de intentona golpista por parte de militares ambiciosos.
El comandante Hugo Chávez Frías implantó una política económica de Robin Hood que, por falta de conocer principios democráticos claves del desarrollo histórico y social del país, muy pronto se convirtió en una continuación de la corrupción gubernamental.
Por la inercia de un proceso expansivo, “sin plan ni concierto, vagamente guiado por algunas nociones de tímido socialismo”, el nuevo Estado invadió todas las esferas de la vida social y económica para sustituir las atribuciones y las actividades propias de los individuos.
En cierta forma, se llegó en la práctica y sin esquema teórico previo al ideal más perentorio del socialismo: “Todo en el Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”.
Pasó lo que tenía que pasar: el Estado se convirtió “en aquella especie de providencia que tomó bajo su tutela la vida y las acciones de todos los individuos”. ¡Puras mentiras!
Y desde entonces, sólo tienen derecho a debatir los que dirigen el gobierno. No hubo forma de que el pueblo pueda participar y decir lo que piensa. Y aconteció que la “democracia” de Venezuela se transformó en un partido único, aunque pueda adoptar un nombre, una organización política opositora.
El 28 de julio de 2024, por fin el gobierno socialista de Maduro perdió las elecciones; ese día se recordará históricamente como la caída del chavismo. Venezuela ha perdido todo o casi todo desde Chávez-Maduro.
Sólo queda el miedo de sublevarse, a pesar de la noticia de que una flota de buques de guerra se dirige a Venezuela para liberarlos de las ignominias de un Estado tirano, marcado por la persecución política y la narcocorrupción.