Ignoro qué porcentaje de la población dominicana conoce la trayectoria del méxico-americano César Chávez.
Pero si quienes se autoproclaman líderes en nuestro país emularan su ejemplo, posiblemente tuviéramos una clase trabajadora y campesina con los estómagos menos lastimados y con una conciencia colectiva más saludable y menos individualista.
Porque en nuestro medio cualquier pelafustán se talla el uniforme de líder o sindicalista, reúne una docena de tontos en torno suyo, y “a Dios que reparta suerte”, pues en poco tiempo sus bolsillos y sus cuentas bancarias se inflan como vejigas cumpleañeras.
Hijo de campesinos mexicanos, y nacido en 1927, César Chávez vino al mundo en Yuma, Arizona, estado norteamericano perteneciente a los dos millones y medio de kilómetros cuadrados que Estados Unidos le arrebató a México en 1848 luego de invadir dicho país en 1846.
Tras pagar quince millones de dólares mediante la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, Estados Unidos se apropió del 119% del territorio mexicano.
Esa pérdida territorial significó para México no solamente el incremento de su pobreza, sino también el maltrato y la explotación despiadada de Estados Unidos a casi diez millones de mexicanos residentes en esa zona.
Desde su niñez Chávez sintió la injusticia en carne propia. Terratenientes poderosos gringos despojaron a su padre del terreno donde vivía su familia, adquirido a crédito con sacrificios extremos.
También recibió el rechazo de los centros escolares de su comunidad por ser emigrante pobre y hablar español. Por eso su educación formal terminó en el octavo grado.
No menos deprimentes fueron los vejámenes que sufrió entre 1944 y 1946 cuando se incorporó al ejército norteamericano.
Los primeros años de su juventud transcurrieron en Arizona, California y San Diego, entre campesinos mexicanos colectores de uvas, verduras y frutas.
Defendiendo los derechos laborales de éstos se convirtió en el redentor millones de paisanos suyos y de otros latinos procedentes de Sur y Centroamérica explotados hasta la desazón por los dueños de las grandes plantaciones agrícolas.
Su figura comenzó a brillar en 1962 cuando fundó la Asociación Nacional de Trabajadores Agrícolas, que posteriormente se convertiría en la poderosa Unión de Campesinos (UnitedFarmWorkers).
Entre huelgas de hambre, ayunos frecuentes, caminatas de centenares de kilómetros, piquetes, protestas pacíficas y constantes presiones a sectores agrícolas pudientes Chávez logró salarios justos, mejores condiciones laborales y trato más humano para los campesinos latinos establecidos en California. Pero su logro más grande fue enseñar a los campesinos a defenderse por sí mismos.
Chávez gozó del respeto de presidentes, de grandes artist as, de empresarios, de personalidades políticas y religiosas, pero sobre todo, de la clase obrera californiana. A su entierro, celebrado a finales de abril de 1993, llegaron alrededor de 50,000 de personas de todo Estados Unidos.
Su cuerpo inerte, encontrado en su cama una mañana primaveral, fue colocado en un sencillo ataúd de pino y sepultado en el jardín del edificio donde dirigía su lucha diaria, en California.
A raíz de su muerte el presidente Bill Clinton le otorgó la Medalla de la Libertad. Hace apenas un par de semanas el presidente Barack Obama lo comparó con Martin Luther King y Mahatma Gandhi.
Recientemente, el director cinematográfico mexicano Diego Luna ha llevado a la pantalla gigante le vida de este hombre, que murió convencido de que el campesino debe ser respetado y premiado por su trabajo.
La película, titulada “César Chávez: an american hero”. es, hasta este momento, el mayor reconocimiento que ha recibido quien fuera el más connotado defensor de los derechos laborales campesinos en los Estados Unidos en las décadas del 60, 70 y 80.