Cerrar ciclos para abrir futuro

He escrito muchas veces sobre la importancia de aprender de lo que nos pasa. Tal vez porque escribir es mi forma de entender, nombrar el dolor y, sobre todo, abrirle espacio a la esperanza. Hoy, desde un lugar donde la tristeza pesa más -el duelo-, esas palabras cobran en mi un significado distinto, más profundo y real.
Perder a alguien que amamos no es sólo un golpe emocional; es también un espejo donde nos enfrentamos a nuestras deudas: lo no vivido y postergado creyendo que habría más tiempo. Por lo general, siempre creemos que hay algún tipo de pendiente, sin embargo, creo -de manera particular- que lo que no se hizo o dijo no tenía por qué ser hecho o dicho. También, y esto es lo que más me conmueve, nos enfrenta a todo lo que sí vivimos, lo que supimos construir y abrazar, incluso en medio del caos.
Entiendo ahora, con más claridad que nunca, que no hay etapa que no merezca ser vivida del todo. Ni las dulces ni las amargas. Porque ambas nos forman y preparan. Cada proceso -aunque duela, parezca injusto o incomprensible- trae un mensaje, una transformación.
Negarnos a vivir esas etapas con honestidad, a sentir lo que hay que sentir, a cerrar lo que ya cumplió su propósito, es como dejar la puerta entreabierta en un cuarto oscuro: ni dejamos entrar la luz, ni terminamos de abrazar la sombra. Y eso nos estanca, encierra y nos lleva a repetir -una y otra vez- lo que no nos permitimos procesar. Un ciclo de dolor que estanca.
Sin olvido
Cerrar ciclos no es olvidar. Es honrar y entender que todo lo vivido -hermoso, difícil e inesperado- nos ha traído hasta aquí. Y sólo con esa conciencia podremos abrirle espacio a lo que sigue, porque el futuro no siempre llega con fuegos artificiales. A veces se asoma en silencio, esperando que tengamos las manos vacías para poder recibirlo.
Y sí, en este tiempo de duelo también me ha costado volver a escribir. Las palabras e ideas están, pero me cuesta tomar el ritmo del trabajo y la vida cotidiana. Hay días donde las fuerzas están en reservas y me toca tomar una decisión inteligente: sentir y aceptar, para luego seguir.
Creo con fervor que las palabras son poder, y cuando se escriben con intención, pueden sanar, alentar, acompañar. Por eso, sigo. Un paso a la vez. Estas líneas -más que una columna- son también mi ejercicio de vida. Un intento de mirar lo que duele con respeto, de no quedarme detenida en el dolor, y de compartir lo que voy aprendiendo con ustedes, mis fieles lectores, que tantas veces me han sostenido a mí sin ustedes saberlo.
Vivir cada etapa -con sus preguntas, rupturas y belleza- no es un lujo, es una necesidad, una forma de cuidarnos y prepararnos para lo que viene. En mis años vividos, mi mayor aprendizaje ha sido que el dolor también puede ser un puente. Uno que, si nos atrevemos a cruzar, nos lleva al otro lado de nosotros mismos.