Aquí nadie cede el paso. No importa de quien hablemos. Es como una norma aceptada en la que se entiende que ceder el paso es signo de debilidad o de que el otro se quiere aprovechar de ti.
Pensaba sobre esto el otro día cuando en un cruce se quedaron trancados varios carros porque ninguno quiso ceder.
Y ahí estábamos todos varados.
Confieso que yo, por mucho tiempo, era de este grupo. Eso de que debía manejar a la defensiva lo aprendí desde que empecé a manejar.
Pero de un tiempo a esta parte decidí que esa agresividad me estaba controlando, casi me transformaba al guía y comencé a hacerlo de otra manera, a ceder el paso, cumplir las normativas a rajatabla y sobre todo no dejar que los demás me afectaran.
Soy una persona bastante más feliz, si quieres pasar, pasa, te dejo, al final vamos a llegar los dos a donde vayamos, un poco antes o un poco después.
Y con esta actitud es que me di cuenta que muchas personas, que mantenemos en nuestras acciones ese no ceder el paso, pensamos que si permitimos que otros vayan adelante o facilitamos el camino para que avancen, estamos siendo débiles o permitiendo que se lleven algo que es nuestro.
Eso hace que estemos a la defensiva en cualquier área de nuestra vida. Y no sé ustedes, pero eso es agotador.
Y, definitivamente, dejar pasar, ceder en ocasiones que alguien vaya primero, no implica que tú pierdas algo, porque al final no es mejor el que primero llega sino el que llega y hace las cosas bien.
Así que les propongo que a partir de hoy prueben a ceder el paso y vean de qué manera eso impacta en sus vidas.
Espero que igual que en la mía.