* Por: Homero Luciano
Cuando te rindes a los pies de Buenos Aires, arropado por los vientos que transportan apacibles su historia y cultura, imbuido en el éxtasis que provoca su imponente arquitectura victoriana, te asaltan de inmediato recuerdos cargados de nostalgias, y revives a Don Pedro Henríquez Ureña, el excelso humanista nacido en la primera de las indias un 29 de junio del 1884, apagándose su luz en esta mirifica ciudad el 11 de mayo de 1946, y sientes el orgullo recrecido por compartir nacionalidad con este hombre sinigual.
Si bien, Salome Ureña, su madre, cual voz premonitoria, nos dice en su poema “Mi Pedro-1890-” que a él dedica: “Hijo del siglo, para el bien creado, la fiebre de la vida lo sacude; busca la luz, como el insecto alado, y en sus fulgores a inundarse acude”. ¡Y así fue! Su mente brillante dejó una impronta, diseminada en América y el mundo.
Llegada la aciaga hora, con el derrumbe repentino en el viaje final de Buenos Aires a la Plata, su entrañable amigo, el mexicano Alfonso Reyes (1889-1959) escribió “Carta a una sombra”, manifestando su pesar por su deceso. Hoy, tantos años después, desde aquí de Buenos Aires, tras recorrer la inmensidad de las aguas del Plata, rememoro puntualizaciones de esta memorable epístola, cargada del afecto de un amigo verdadero:
“A ti que pasaste en la Argentina tus últimos años y allá fuiste a morir, tras de marcar en México la imborrable huella de tu paso. Te abrazo con el cariño de antaño, aunque te me escapes de entre los brazos, como Odiseo el espectro de su madre”.
Repasando estas memorias, y cuando el cretinismo político y social de ayer y hoy, aun campea por sus fueros, observamos como Alfonso Reyes resalta en su emotiva carta, su angustia ante el porvenir sombrío, cuando dice en su último párrafo:
”Si aun vivieras entre nosotros, sombra de mis desvelos, no sería feliz. Tú viste el comienzo del mal que nos aflige, pero acaso moriste en la creencia de que ese mal iba a remediarse, al contrario, el mal ha asumido formas cada día mas sutiles y, en cierto modo, la virulencia de esos gérmenes que ya no es fácil detener”…
Al final, terminamos rumiando las nostalgias, en una noche con cielo cargado de estrellas y luceros, frente al majestuoso Puerto de Madero, donde pernoctan los aedos, deleitándonos con mágicas historias.