Para todos fue, sin duda, el gran Maestro. Para muchos, un verdadero amigo. Y para quienes más le quisimos, sencillamente, un hermano.
Es difícil escribir una despedida para Carlos Piantini. La quiero hacer desprovista de todos los merecidos galardones y aplausos que acumuló a lo largo de su brillante carrera. Quiero despedir, no a Carlos el artista de eso se ocuparán los expertos y los eruditos-, sino a Carlos el hombre sencillo que reía y lloraba con facilidad, el hombre que descendía de su bien ganado pedestal de gloria para igualarse a sus interlocutores comunes y corrientes, el hombre que tanto te hacía un chiste como te hablaba de Música (con mayúsculas), de Filosofía, de literatura
Para hablar de ese extraordinario ser humano hay que revestirse de mucha sencillez, como lo hacía él, sin el menor esfuerzo. Yo no puedo hacerlo. Carezco de la grandeza necesaria para escribir esta triste y simple despedida, que quiere más bien ser un hasta siempre que un adiós.
Al llegar a este punto recuerdo su sonrisa y solo atino a decirle: Allá nos vemos, Carlos.