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Caos cotidiano y la cultura del “a mí no me importa”

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📷 Imagen editada con inteligencia artificial.

En el país se ha normalizado una peligrosa cultura de indiferencia colectiva. En cada rincón del país, desde los barrios populares hasta las zonas más exclusivas, impera una actitud que puede resumirse en una frase: “Yo hago lo que me da la gana, sin importar a quién afecte”.

Lo preocupante de este fenómeno no es solo su frecuencia, sino su aceptación. Las normas básicas de convivencia ciudadana han sido sustituidas por la ley del más fuerte, del más ruidoso o del más indiferente. Y lo más grave: todo ocurre ante la mirada pasiva, y a veces cómplice, de las autoridades.

En cualquier calle del país, las aceras han sido usurpadas. Lo que debería ser una zona de tránsito seguro para el ciudadano, se ha transformado en parqueos improvisados, talleres de mecánica, carpinterías, puestos de venta informal e incluso colmados que extienden sus sillas como si fueran dueños de la vía pública.

El desorden vial merece capítulo aparte. Los motociclistas, en especial, circulan como si fueran inmunes a la ley: se cruzan los semáforos en rojo, manejan en sentido contrario, suben aceras, hacen acrobacias peligrosas en avenidas concurridas y, peor aún, todo esto lo hacen bajo la mirada impotente, o indiferente, de las autoridades.

La falta de consecuencias reales ha convertido la anarquía en norma. Y así, el tránsito dominicano se convierte cada día en una ruleta rusa.

En los sectores residenciales, el ruido ha dejado de ser la excepción para convertirse en una parte inevitable del paisaje sonoro. Colmados que venden bebidas alcohólicas las 24 horas, peluquerías que funcionan como discotecas, centros de hookah sin licencia y «drinks» que inundan las madrugadas con música estridente. Todo esto ocurre sin respeto al horario, al vecindario ni al sentido común.

Todo esto peso a los intentos de un Ministerio de Interior y Policía por tratar de promover una cultura de paz.

A esto se suma la proliferación de iglesias evangélicas improvisadas, muchas sin registro legal, que se instalan en residenciales, utilizan equipos de sonido de alta potencia, y convierten el culto en una molestia para quienes comparten el espacio urbano.

El problema no es solo de leyes; es de cultura, de valores y de voluntad política. En la medida en que el respeto al otro siga siendo opcional, y que cada quien actúe como si viviera en una isla dentro de la isla, será imposible hablar de desarrollo real y cultura de paz.

El desorden no es una expresión de libertad, sino una forma de violencia. La libertad no es hacer lo que uno quiera, sino convivir bajo reglas que nos protejan a todos. Y en República Dominicana, esa línea se ha cruzado demasiadas veces.

Es urgente rescatar el valor de la convivencia. Las autoridades deben hacer su trabajo, pero también los ciudadanos deben asumir su responsabilidad. No se trata solo de imponer orden, sino de reconstruir una cultura de respeto mutuo.

Porque un país no se construye solo con leyes. Se construye con ciudadanos que entienden que sus derechos terminan donde comienzan los del otro.

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Joan Vargas

Joan Kennedy Vargas, periodista dominicano. Cubre la fuente de la Presidencia de la República, Policía, Fuerzas Armadas y DNCD.

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