Camino a los 60 años: lo que fuimos y lo que somos
En el fondo de lo que somos hoy —una dominicanidad afectada por frivolidades de la vida moderna y constituyéndose en una realidad cada vez más despegada de las raíces del ser que llevaron en 1965 a una guerra— pueden ser encontradas algunas características básicas, como el impulso a la solidaridad, disposición para ponerse en el lugar del otro y actuar en consecuencia, la necesidad de evitar confrontaciones físicas valiéndose de gritos intimidatorios, la gesticulación excesiva cuando se tiene el ánimo afectado y la evasión del razonamiento atribuyendo lo inevitable a una voluntad superior.
Junto a la animosidad y el uso de las primeras y acaso únicas armas al alcance del dominicano de los siglos XVIII y XIX —cuchillo y machete— deben de haberse desarrollado la solidaridad a veces sin tasa y la inclinación a sentir la situación del otro como si fuera propia.
Durante los dos siglos referidos y una buena parte del XX, algunos pensadores de la dominicanidad adelantaron críticas que cuando se las mira en su conjunto dan cuerpo a lo que algunos han denominado el gran pesimismo dominicano.
La dominicanidad es la gran matriz de la que salen los dos: el espontáneo fruto del aislamiento a pesar de la cercanía de otro país con el que se comparten las carencias, pero no se quiere compartir el ser, y el pensador o crítico de lo dominicano.
Es de lamentar que la perspectiva haya sido pesimista de manera dominante, un hecho que le cerró las puertas a las élites política, económica, social y cultural para aprovechar lo positivo y bajarle peso al lastre.
Esta actitud de la élite dominante le abrió paso a una marcada influencia estadounidense en la vida dominicana con la primera dominación abierta de la economía y la política que acompañaron a la Ocupación de 1916—24 y a la de 1965—66, esta última una consecuencia de la guerra del 65, que abrió una gran carretera cultural hacia aquel gran país como ruta para escapar del aislamiento ancestral, la realización material, y la adopción de nuevos estilos de vida.
Sesenta años después de la revolución de abril las críticas del presente son cáusticas, pero muy pocos de los que vivieron aquellos hechos con algún grado de conciencia tienen la seguridad de que una victoria del bando entonces derrotado los hubiera llevado a vivir un mejor destino.
La revolución fue arrinconada en una parte de la ciudad, y conforme se alcanzaba un acuerdo político la actividad económica volvía a ponerse en marcha.
Desde entonces ha habido crisis electorales en 1978, 86, 90 y 96, pero sólo en dos ocasiones pareció que volvía a romperse la estabilidad por desequilibrio en la parte política: en el 90 y el 94.
En las dos ocasiones cedió la parte que pudiera ser considerada liberal en el espectro político nacional. En el 84 el pueblo dominicano estuvo cerca de la quiebra en la gobernabilidad, pero entonces por razones económicas y sociales, no de poder.
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